Frases de naftalina.

Al abrir el armario volaron cientos, miles de polillas. Se habían comido todas las palabras. Y no las culpo, llevaban allí demasiado tiempo, ignoradas. Si quiera les había puesto unas frases de naftalina. Pasé la mano para confirmar lo que veían mis ojos y en la esquina encontré una palabra con un pequeño bocadito. “Nihilista”, no me extraña que no se la comieran, era indigerible. De pronto recordé que por algún lado tenía un sombrero lleno de palabras que recogí en la calle, y alguien me dijo que las guardara, y eso hice. Recuerdo que vertí el contenido del sombrero por el agujero de una guitarra.
La guardaba en el armario, metida en su funda. Las palabras estaban allí, intactas. Puse la guitarra bocabajo y esparcí las palabras por la mesa. Sacudí, aún cayeron unas cuantas más y sin querer rocé las cuerdas de la guitarra y la vibración que produjo atrajo a mi memoria recuerdos de otros tiempos y con ellos la melancolía. Con la mano izquierda rasgaba las cuerdas y con la derecha las apretaba con delicadeza y autoridad contra el mástil. Mientras yo miraba hacia un pasado que creía más feliz, sobre la mesa, las palabras se fueron moviendo. Se fueron colocando una al lado de la otra y cuando llegaron al borde de la mesa fueron bajando por una de las patas hasta el suelo y se desplegaron por las baldosas y subieron por el mueble del televisor, y por el televisor, por la pared del fondo hasta el techo y salieron al balcón hasta que un solitario punto se colocó el último. Esto debió ser así, porque yo no lo vi. Cuando bajé la mirada hasta la mesa, comenzaba una frase que seguí rápido con la mirada hasta el balcón, donde el aire, que arremetía con fuerza empezaba a llevarse los acentos. Lo leí lo más rápido que pude y cuando llegué al final una lágrima mía cayó en una de las últimas palabras arrastrándola como un riachuelo hasta el borde de la barandilla. La seguí con la mirada hasta que cayó en el hombro de un caballero con sombrero. Se sacudió la gota y notó que se le quedaba algo pegado en el dedo, y al mirarse, extrañado dijo en voz alta: “Rompió”. Miró hacia arriba y yo me escondí.

Ya nada es lo que era.

Alicia había crecido, era ya toda una mujer, y veía su infancia como un cuento lejano. La vida había continuado su rumbo y las fronteras ya no eran las que había aprendido en la escuela y todas las mañanas las noticias hablaban de muertos, guerras, y paro. Por eso Alicia había corrido desesperada al bosque buscando aquella conejera que la había llevado una vez al país de Las Maravillas, huyendo de la realidad que la asfixiaba. Y lo hizo, lo encontró. Pero… ya nada era igual. El cemento había sustituido en su totalidad la vegetación. Los extraños seres que tiempo atrás la habían fascinado, ahora le daban miedo, vagaban entre los edificios clavando la mirada en las aceras. Caminaban a paso ligero y eran engullidos por rascacielos con ventanas oscuras.
Ella paseaba su cara de asombro por los escaparates, viendo gatos a rayas encerrados en jaulas y marchitas flores que ya no le hablaban, y oscuros bares dónde los parroquianos sujetaban los vasos con las dos manos mirando fijamente el líquido que contenían. El camarero, un hombre serio con sombrero de copa le golpeó con una dura mirada que la sacó de su sopor. Allá donde mirara veía carteles que anunciaban las próximas elecciones a la presidencia de la República y que presentaban a un hombre con un fino bigote sobre una mueca que hacía recordar a una sonrisa y debajo un lema que prometía que eran la única solución para el futuro del país.
Alicia salió corriendo intentando encontrar el camino de regreso. Las lágrimas le impedían ver con claridad por dónde iba, pero al girar una esquina le pareció ver una figura que le resultaba familiar. Se frotó el antebrazo por los ojos y cruzó la calle con un pequeño rayo de luz en su interior. Un conejo blanco con un gran reloj colgado del cuello esperaba apoyado en un portal, el conejo cambió su cara de tedio por un gran asombro y acto seguido sacó de la espalda un revolver y le quitó el seguro. Y es que… ya nada es lo que era.

 
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