Tus farolas susurran mi nombre.

A los tres días salí del bar. Había bebido tanto que no recordaba el camino a casa. Decidí no llevarle la contraria a mi cabeza y acompañé mi paranoia en dirección a la luna. Miré al cielo y busqué la luna entre los edificios y un leve susurro me golpeó el cuello por debajo de la oreja. El segundo vino en forma de rumor y me empujo la mejilla tan fuerte que me hizo girar sobre mis talones tres cuartos de vuelta. El tercero fue más suave y también más cálido y también más claro. El aire pronunciaba mi nombre, me llamaba. Busqué la dirección del origen de mis llamadas y fui a parar justo debajo de una farola, una farola que no dejaba de susurrar mi nombre. Hasta que dejó de pronunciarlo, ahora mi nombre venía desde otra dirección, y lo seguí. Los susurros me llevaron hasta otra farola y luego hasta otra y otra, las farolas no paraban de repetir mi nombre y parecían indicarme una dirección y ciento una farolas más los susurros cesaron y yo me vi borracho delirante y sentado en los escalones de tu casa.

 
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