Estuve una vez en Nueva York.




Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Y yo con este insomnio, qué ironía! Al otro lado del cristal millones de luces iluminan la noche de los neoyorkinos y a este yo, sentado en la butaca del hotel con los ojos puestos en la enorme avenida. Creía encontrarme en mitad de una película, todo era exactamente igual que en las series y películas que veía en la televisión. Un coche de policía se abría paso con las luces rojas y azules encendidas, los 21 pisos que nos separaban amortiguaban el sonido de las sirenas. Giraba justo por la esquina donde se encontraba aquel saxofonista que por unos dólares tocaba temas de Charlie Parker y a dos metros un carrito en el que se venden perritos calientes. Doce horas me separan de la visita guiada por el Bronx. Mantenía la mirada perdida en el semáforo en rojo, cambió a verde y me devolvió a mi sillón, suspiré, levante las manos y las coloqué una delante de la otra como si sujetara un rifle mientras guiñaba un ojo para apuntar a través de la mirilla, elegía un objetivo, uno al azar, lo seguía un par de metros y… Bang!!! La víctima caía al suelo y el resto de la gente corría despavorida sin saber de dónde había salido el disparo. Bang!!! Caía otro y se repetían las escenas de pánico. Cuatro minutos tardó el F.B.I en personarse, acordonaron la zona mientras los C.S.I. empezaban a buscar pruebas y a interrogar a los testigos. Pronto se dan cuenta que los disparos tienen que venir todos del mismo lugar. Colocan unos punteros laser que marcarán la trayectoria de las balas dejando al descubierto el punto del que salieron las balas. Encienden los punteros y… Mierda! Todos apuntan a mi ventana. No tengo tiempo, tengo que deshacerme del arma y eliminar cualquier rastro de pólvora. Llaman a la puerta. Good night Sir, service room. Un joven mozo entra en la habitación empujando un carrito con la cena. Good night. Se despide pero se resiste a marcharse, busco en mi bolsillo un billete de cinco dólares y cierro la puerta tras él. Vuelvo a mi sillón con la bandeja de la cena y la coloco sobre mis rodillas. Por dónde iba…? Ah sí, un monstruo de la altura de un edificio acababa de derribar un helicóptero de un manotazo.
"Amparíííííííínnnn."

Hojas amarillas.

Marta tachaba los días en su calendario. Sentada en su oficina, se concentraba en el trabajo, porque era la única forma que conocía para que las horas se le pasasen rápido.
Sobre su escritorio un cubilete con lápices, un marco con la foto de de una niña que venía con el marco, tres carpetas sin color ni alma, un viejo teléfono que cuando la llamaban sonaba como un lamento y un antiguo ordenador de sobremesa con su antiguo monitor. El reloj de la pared marcaba las seis y todos sus compañeros salían de sus cubiles y corrían hacia la puerta. Ella, se esperaba sentada un rato sin apartar la mirada del monitor apagado, después tachaba el día en el calendario y cerraba lentamente la puerta. Siempre tres vueltas a la llave y dos pisos por las escaleras hasta encontrarse con la calle y de ahí a casa.
Y al día siguiente, otro día más, pero este tuvo algo distinto. A media mañana el teléfono sonó distinto a otros días, de tal manera que no se atrevió a cogerlo pero, que otra opción tenía? Y del otro lado del teléfono le llego un suave calor y las palabras de un hombre que preguntaba por ella, dos minutos de conversación y una sonrisa, un minuto más y colgó. Ese día no tacho el calendario, así, a lo mejor, se volvería a repetir.

Nadie es perfecto...

Martin tenía una vida, que los demás llamarían perfecta. Era una de esas personas que parece que hayan sido tocadas por las manos de un ser superior. Martin nació en el seno de una familia adinera, su juventud fue un cuento de hadas y su paso por la universidad brillante. Pronto conocería a la que después sería su mujer y rápidamente paso a ser nombrado uno de los mejores analistas financieros del país. Tuvo tres hijos y dos perros que jugaban felices en el enorme jardín que tenía la casa donde vivían.
Esto sería una vida perfecta para la mayoría de la gente pero no para él. Martin era tan feliz que no tenía motivo alguno para sentirse triste y por eso, siempre que podía, se escapaba al aeropuerto y pasaba las horas sentado en la cafetería viendo aviones despegar y inspirando como un yonki la tristeza que desprendían las parejas que se despedían en la terminal. Unas lágrimas, grandes abrazos y luego largos besos en la boca, después uno se alejaba y se dejaba engullir por la puerta de embarque, mientras, Martin hacía suyo ese dolor observando la escena por encima de su café con leche.Cierto día, cuando regresaba a su casa recordando el abrazo que se daban una madre y su hija, Martin encontró a su esposa en la escalera con lágrimas en los ojos. “Ha llegado el extracto del banco, necesito que me expliques por qué vas tantas tardes a la cafetería del aeropuerto”. Martin sintió una punzada en el pecho que no había sentido antes y decidió confesar, pero su mujer se le adelantó: ”Hay alguien más, verdad?” Martin confesó “Si hay otra mujer".

Sans futur.

Odiaba los lunes, como todos, por eso decidió que el lunes era el mejor día para empezar. Así que salió de casa antes que el sol. Llevaba puesto un vestido de lana blanco rayado en negro y un largo abrigo de cuero que le acariciaba los tobillos. Como equipaje sólo llevaba un petate de tela.
A primera hora del martes su avión aterrizaba en el aeropuerto de North Pole. No le fue difícil encontrar el lugar donde descansaba el viejo Noel, hacía una semana que había pasado la Noche Buena y descansaba en su casa, lo difícil fue no ensañarse con aquel barrigudo, mientras lo acuchillaba no podía dejar de pensar en todas esas mañanas de 25 rotas por la desilusión. Después colocó una silla enfrente de él y se sentó a esperar que la sangre dejara de brotar de aquel cuerpo ya sin movimiento. Salió de nuevo a la nieve, la venganza sólo había empezado.
Tres horas más tarde cogía un vuelo de regreso. Mientras sobrevolaba el centro de Europa repasaba mentalmente el siguiente paso. Llegó al aeropuerto sobre las ocho de la tarde. Se dirigió al parking a recoger su coche y condujo en dirección a un centro comercial para comprar las cosas que necesitaba para esa noche, un alargador, cinta aislante y un despertador. Cenó sola en el self-service mirando la televisión que colgaba de la pared. Poco antes de media noche aparcaba su coche debajo de la casa donde tantos años había vivido. Aún conservaba las llaves, así todo sería más fácil. Cortó un extremo del alargador y peló los cables, con la cinta aislante unió cada cable a las manecillas del reloj, se guardó todo en el bolsillo de la chaqueta y subió al tercer piso. Abrió la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido y cruzó el pasillo hasta la cocina, colocó el despertador encima del banco y lo puso de tal forma que las manecillas marcaran las tres menos cuarto, enchufó el alargador a la pared y abrió todas las llaves del gas.
Una vez en el coche sólo tuvo que esperar media hora a que las manecillas se encontraran y produjeran la chispa que hizo que todo el piso explotara quedándose huérfana al instante. Arrancó el coche y condujo toda la noche sin ningún destino, pero con la paz interior de saber que ningún regalo podría ya defraudarla.

De paseo por el Parnaso

Salí a pasear. Bufanda y gorro. Las hojas secas en el suelo formaban una alfombra y parecían indicarme el camino a seguir, pero nunca he creído en el destino, así que solo por fastidiar a alguien tomé la primera calle a la izquierda. Estaba ya anocheciendo, así que no fue hasta que estuve casi encima cuando la vi. Estaba tirada en la acera con la cabeza justo en el bordillo. Me acerque a ver si aun respiraba y un quejido amargo me hizo dar un paso atrás. Le pregunte: Estás bien? Me oyes? Pero no me respondía, sólo un leve quejido de vez en cuando y vi como un pequeño hilo de sangre se precipitaba desde la comisura de sus labios hasta la acera. Llevaría ya un rato sangrando, porque aquel hilo resbalaba por el bordillo y se encaminaba hacia la alcantarilla. Llamé al teléfono de emergencias y pedí una ambulancia. Me arrodillé para ver de dónde salía la sangre, pero cuando puse mi cara enfrentada a la suya me di cuenta que no era sangre sino una cascada de palabras que salían de su boca y se perdían por la alcantarilla. Me quité la chaqueta y se la extendí por encima y coloqué el sombrero junto al bordillo de modo que se llenara de palabras.
Y ahora estoy de rodillas, apoyado en la bañera donde he vaciado mi sombrero, dándome cuenta que no sirve de nada robar las palabras de otro si el cielo no te dio la gracia para juntarlas, aunque estas las guardare en una botella, por si acaso.



"Yo que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo... "

Caudiel

Caudiel,
mañana marchará una mujer buena y pura
no importa cuentes sus pasos
ni que me digas venturas.
Tus plantas ha de pisar
con donaire y gallardía
no separarán sus ojos
de tu lado y frente altiva.
Ya que
tu me la has quitado
bríndale todo en agrado
no me digas que la admiran
los jóvenes de tu condado
que posan en ti sus miradas
con alegría en sus labios.
Has de saber que aquí tiene
uno que queda esperando
contando día por día
y esperando al ser amado.

Estas dos entradas son unos de los poemas que mi abuelo le dedicaba a mi abuela cuando eran novios. Estos en concreto se los escribió antes de que mi abuela se fuera con su familia a veranear al pueblo de Caudiel (Castellón).

Caudiel

Por lejos que estés
tu no podrás separarnos
en cambio ha de brotar
más fuerte el amor lejano
No puedes borrar por el tiempo
no importa estuviera años
el tiempo gana el cariño
que le profesé en antaño.
Suéltala de tu camino
Y riega tus lindos prados
¿No ves que pasa mi novia?
¿Por la que suspiran tantos?
¿tu sabes lo que es amor?
¿tu sabes lo que la amo?
Yo te lo voy a contar
En sueños y delirando
Esa mujer que tu guardas
con esos muros cerrados
es la ilusión de mis sueños
la fe que guió mis pasos
Son dos personas que se enamoran
ella, el
¿Me das tus labios?
¿Me das esa flor dichosa
que yo estrujo con mis manos?
Déjame que en tu regazo
me duerma poquito a poco
y cuando llegue
el nuevo día
me despiertas con un canto
Deja que nuestras miradas
se junten con embeleso
y que nuestros corazones
palpiten un mar de ensueños
Que nuestras bocas se junten
con un gozoso silencio
y respiren los aromas
de nuestros ardorosos pechos
Tu ves, Caudiel lejano
Ves el amor sollozado
Es mi amor que te he contado
y de la que tu guardas
en esos muros cerrados.

Días de verano.

Yo no paraba de reírme de antiguos amores y el cielo prometía venganza. Sentada en medio de la nada y rodeada de árboles, el mundo giraba de forma distinta, incluso aquel amargo mate que alguien había traído me sabía a gloria. Pasamos el resto de la tarde riéndonos de viejas historias y el cielo terminó por cumplir su amenaza. Las nubes comenzaron a descargar con fuerza cortinas de agua. La estampida fue casi inmediata, todos corrieron a refugiarse debajo de los imponentes pinos. Yo me quedé sentada, esperando. Sabía que me estaban gritando pero hice como si no los oyera. Tenían miedo a que la tormenta me hiciera daño, pero ni se imaginaban lo mucho que necesitaba la calma.



Gracias Al.

Hasta los cocodrilos han dejado de llorar.

- Que cómo he llegado a trabajar en esto? Me viene de familia, mi madre se dedicaba a ello. Cuando yo era niño y mi madre no me podía dejar en casa de una vecina me llevaba con ella, fue entonces cuando empecé a valorar el trabajo que hacía mi madre.
- Pues se sorprendería de la cantidad de gente que contrata mis servicios, la mayoría por miedo a que los asistentes demuestren lo poco que querían al difunto.
- No me desagrada el término de “plañidero” pero prefiero que me vean como un “socializador de funerales”
- No crea que me resulta difícil, lo que sí es cierto que me es más fácil llorar por cosas que me emocionen. Intento visualizar a un hombre exhausto llegando a la meta en un maratón, un joven justo antes de declararse a ella, o un reencuentro en la terminal de autobuses. Los pensamientos tristes me dejan mal sabor de boca.
- Hombre… tampoco es que sea un trabajo sencillo, las cosas han cambiado, ahora me dedico a estudiar al difunto, averiguar lo que hizo bien y obviar en las conversaciones lo que hizo mal. Hoy por ejemplo he tenido una mañana complicada, mi primer cliente (aunque ellos ya no me puedan pagar me gusta pensar que el servicio se lo ofrezco a los difuntos) pues eso… mi primer cliente ha sido el dueño del horno de la plaza Real, lo conoce?... da igual, el hombre hacía las mejores tortas de la ciudad, pero todo aquel que lo conocía lo odiaba. El sepelio estaba repleto de oportunistas que iban a mostrarse delante de la viuda y futura dueña del negocio y de vecinos que habían ido a cerciorarse que ya no respiraba. Como comprenderá, el ambiente no era para nada de tristeza. Me he dedicado a ir de grupo en grupo hablando de las pocas bondades del difunto para ablandarles un poco el alma, y luego me he retirado a una esquina. Como si se tratase de un concierto de música barroca he comenzado a llorar suavemente subiendo poco a poco para que los asistentes se fijaran en mí. Pronto han venido dos hombres de mediana edad a intentar consolarme, pero entonces el llanto ha ido in-crescendo a la vez que me dirigía hacia el féretro, donde he roto a llorar de una forma casi exagerada. Los presentes no han podido resistirse y mi llanto se ha contagiado como llevado por el viento. Ha sido una actuación sensacional!
- Mis amigos no opinan sobre mi trabajo, lo único es que no les gusta que coincida con ellos en algún entierro.
- Ya lo tiene todo?...
- De nada, ha sido un placer.

Páginas en blanco o el fin de los días.

La nota sólo decía “ya no te acuerdas de mí” Estaba escrito en rojo en una hoja arrancada. -arrancada-. Una ola de pánico taponó el orificio ese por donde nos entra el aire, así que corrí buscándola por toda la casa, pero no había rastro, era verdad que se había ido y con ella todos mis recuerdos, mis amores y también mis paranoias.
Esa noche no pude dormir imaginando como sería la vida sin ella y con el sol vino la banda sonora de la mañana y una frase no paraba de envolver mi cabeza, “ya no te acurdas de mí”. Seguramente se había ido porque hacía tiempo que no le acariciaba, ni siquiera la miraba. Si ella supiera que no escribía en sus páginas por miedo ... Que haría con ella cuando escribiera en su última hoja?

P.D.: No me gusta dedicar, porque creo que ningún corto es merecedor de dedicarse a nadie, pero esta vez es especial
Dedico este corto al, o a los filldeputes (se puede decir esto, no?) que me robaron el bolso y con ello mis recuerdos y mis paranoias de cuatro años plasmadas en ena libreta. Y ahora que voy ha hacer sin libreta, esto del portatil es tan... frío? Me niego a comprarme una, alguien sabe donde se pueden adoptar libretas abandonadas?

Al final...




Ellas tabién leen.

No es que fuera un escritor fracasado, lo que pasa es que su literatura sobre el vacío existencial que provocaba la falta de pechos turgentes en los hombres iba destinado a un público muy selecto, por eso fue que aceptó la oferta de su editora para escribir best-sellers sobre logias satánicas y artefactos templarios. Por eso, y porque estaba arruinado y con una demanda de divorcio.

Robert sentía curiosidad por saber que pinta tendría la clase de gente que leía la basura que escribía ahora, así que se dirigió a una librería del centro, a una de esas nuevas cadenas con jóvenes dependientes con chaleco y aspecto de tener una teoría propia sobre la relatividad. Tardó en encontrar su libro. No preguntó a los jóvenes del chaleco. Odiaba a las personas que eran incapaces de leer los carteles que indicaban el tipo de lectura que contenía cada estantería. Su libro se encontraba justamente en su sitio, narrativa, histórica, a, b, c, d... aquí. Así que una vez localizado el libro se puso a disimular ojeando guías de viaje a la espera que alguien se acercara a comprar su libro. Sabía con exactitud todos los detalles de la torre Eiffel, en las doce guías ponía lo mismo. Mientras, la gente pasaba por delante y nadie reparaba en su libro, nadie se acercaba si quiera, bueno, hubo un joven que casi lo rozó. Por el arco de la sala apareció un hombre cincuentón y se acerco a la estantería, comenzó a pasar el dedo con delicadeza por los lomos uno a uno como si el dedo le ayudara a notar las buenas vibraciones del final de una novela. O, p, q, cambió de estante u, v... volvió el dedo atrás al darse cuenta que se había dejado un estante sin revisar. De pronto, una minifalda vaquera se cruzó en el campo de visión. Dos largas piernas forradas de lycra negra que terminaban muy arriba, y la falda vaquera. Una blusa blanca que radiografiaba una sumisa espalda abrazada fuertemente por un sujetador sin broche, una rubia melena caía por el lado derecho de la espalda desde una goma que sujetaba el pelo con sumo tacto. Dejó apoyada una guía de la Barcelona nocturna y dio dos pasos a la derecha, se moría de curiosidad por saber que tipo de literatura envolvería ese cuerpo, levantó despacio la cabeza y buscó el letrero que marcaba aquella estantería... “Literatura erótica”. Estalló en cólera, habían puesto su libro al lado de los libros para degenerados! Que mierda de librería era esta que mezclaba grandes autores como Dan Brown o él mismo con esa mierda porno? Que mierda de librería era esta que se atrevía siquiera a vender esos libros? Cuando la ira empezó a disminuir y la cólera dejó de nublarle la vista advirtió que el cincuentón se había marchado y los cinco ejemplares de su novela seguían en formación colocados en la estantería, pero también se había ido la chica de largas piernas. Salió a la calle esperando encontrarla, sin embargo ya se sabe lo que pasa en estos casos, demasiada gente y sólo se ven cabezas, pero como en un vídeo clip de un cantautor bucólico, a la tarde se le fue el color y el mundo se detuvo lentamente para que él pudiera ver como, aquella mujer, subía los dos escalones que marcaban la entrada a la estación del metro, para después, bajar hacia el andén y perderla de vista. El sol volvió a salir y el mundo giró otra vez a sus 45 r.p.m. Salió corriendo mientras creía escuchar que el violinista rumano que pedía en la puerta del bar contiguo tocaba la banda sonora de carros de fuego para el. Llegó a la parada y subió de un salto los dos escalones para luego bajar las escaleras mecánicas detrás de una señora y sus dos maletas. Bajó al andén y allí estaba ella, caminando hacia el final del andén, aquella mujer le infundía un respeto casi místico. El suelo comenzó a vibrar y a lo lejos se oyó un pitido que anunciaba la inminente llegada del tren. El tren se detuvo y abrió sus puertas. Ella subió, y él sin llegar a pensárselo subió también. Y allí se encontraba, dos vagones separado de ella pero colocado estratégicamente de forma que no la perdiera de vista, y así lo hizo, no apartó la vista de sus piernas ni su pelo en todo el trayecto, excepto en una ocasión que el metro tomó una curva tan pronunciada que el fuelle de goma que unía los vagones se estiró al máximo y él supo lo que era la ansiedad aunque sólo fuera por dos segundos. Cuatro paradas más tarde los dos bajaron del tren, primero ella y después el, y se encaminaron a la salida que le quedaba más próxima a ella. Fue entonces cuando entró en razón y se dio cuenta que no podía seguir a esa mujer de por vida así que mientras subían por las escaleras mecánicas, él cavilaba la forma de acercarse a ella y entablar conversación, quizá sobre la literatura erótica contemporánea. Salieron a la calle y dos manzanas después fue engullida por una elegante puerta lacada en blanco protegida por un pequeño toldo púrpura que anunciaba: “Club Venus”. Rebuscó en los bolsillos pero seguía arruinado así que emprendió el camino de regreso pensando en jóvenes novicias que encuentran medallones ocultos mientras tienen una larga noche de placer.

Crimen y castigo.

Esta mañana el sol me ha tirado de la cama de tanto insistir. He deambulado por la casa como un zombi en paro, me he sentado en el water y me he vuelto a dormir. Después de lavarme los dientes y mojarme la cara he empezado a abandonar el letargo en el que me vengo sumiendo desde que ella se fue. Ahora, apoyado en la ventana que da al deslunado miro con disimulo el balcón de mi vecina, intentando descubrir alguna pieza de ropa interior secándose en el tendedero que me alegre la mañana, pero no hay ni tangas ni sujetadores, a decir verdad no hay nada. Nada de ropa. Ahora son las palomas las que habitan las cuerdas de plástico donde antes habían toallas y camisetas. Y es justo eso lo que me inquieta. Ella siempre tenía algo colgado, ya fueran pantalones de deporte, alfombras de baño o trapos de cocina. Pienso que debería llamar a su timbre para preguntarle si se encontraba bien. Llamaría a su puerta y le preguntaría “ Hola, estás bien? Es que como no he visto tu tanga azul colgado en el tendedero...” Imagino que entonces confirmaría sus sospechas de que tiene un vecino gilipollas y correría a contratar una alarma por si las moscas. A lo mejor (o a lo peor) la habían tirado del trabajo y no podía permitirse pagar la letra del piso y se ha tenido que ir a vivir con sus padres de nuevo. Puede que se encontrara muerta en su piso, aunque entonces no creo que antes de morir y con un cuchillo clavado a su espalda pensara:”no, mierda! voy a morir y la ropa sin recoger del tendedero. Y si la han secuestrado? A lo mejor no paraba de gritar y sus raptores cogieron el tanga y el trapo del polvo del tendedero para ponérselos en la boca como hacen en las películas, aunque con el trapo hubieran tenido bastante y tampoco la oí gritar.
No se... pero esta incertidumbre me está matando, eso y las guías de las ventanas que se clavan en los brazos. Las palomas parecen impasibles a mi sufrimiento y se pasean de un lado a otro de la cuerda como queriéndome demostrar que de verdad no hay nada colgado en ellas. Quizás la policía la ha detenido por un múltiple asesinato y por todos es sabido que la ropa tendida siempre puede contener aún restos de sangre. Pobre vecina, no se como se llamaba, pero tenía algo que la hacía entrañable, su sonrisa, su manera de saludar o su talla 105 copa b. Las palomas huyen despavoridas y la ventana se abre. Mi vecina esta sana y salva! Sin percatarse de mi presencia coloca la cesta de la ropa entre las cuerdas de tender y el estrecho alfeizar, y descansa su generoso escote en las mismas guías de las ventanas que a mi me están matando los brazos. De pronto repara en mi persona y se lleva un pequeño susto con una pinza en la mano y un melancólico trapo de cocina en la otra. “Buenos días, no te había visto, que? Tendiendo la ropa?” “Buenos días, pues la verdad es que no.” “Ha.” Me despedí con un afectuoso “Me alegro de que estés bien” He decidido aprovechar el día así que me voy a bajar al videoclub a ver si tienen esa de Crimen y castigo. Pero creo que antes debería vestirme.

Fallas (I)

Las Fallas son la fiesta por excelencia, las fallas son fuego y pólvora, color, alegría, arte, luz, tradición, belleza. Pero las fallas también son tristeza y cambio, las fallas son noche, las fallas son día, son una avenida sin coches, una plaza en un suspiro, un himno y un canto. Construcción efímera que dura para siempre. A veces decepción y rabia, trabajo y recompensa. Que el pañuelo no te ate al cuello y el pecho hinchado bajo el blusón, ojos rojos, pies descalzos, una mirada a lo alto y un torrente de agua salada. Dos besos, o uno, o cientos. Fotos y pintura, reflejos y sombras, calor, más calor. Tu barrio, mis amigos, los turistas, turistas que no me son extraños y simplemente turistas. Derrota, cansancio, un beso y después cientos, que caen del cielo, ruido, olor a ayer, la cabeza en el mañana. Planes, propuestas y recuerdos. Aplausos, risas, enseñas, una orden, pasos, miles de pasos, rumor de agua. Viejas letanías que suenan a gloria, dioses enfurecidos y santos colmados de flores. Ella, ellas llorando, miedo a levantar la cabeza, jardín improvisado. Las fallas son miles de latidos, a un único ritmo, diapasón que mueve una tierra embargada por el Mediterráneo. Al fin al cabo, las fallas eres tú.

L'altra versió

-Jaime, ven aquí!
Jaime está sentado en el alfeizar de la ventana, mirando triste al infinito porque su padre le ha quitado el muñeco con el que estaba jugando.
-Jaime, ya tienes quince años, ya es hora que tu y yo hablemos de futuro.- Jaime se da la vuelta i mira a su padre con cara de lástima.
-No me pongas esa cara que no te voy a devolver tu muñeco!
-Pero papá.....
-Ni papá ni leches!
-Tienes que saber que parto a la batalla, y si no vuelvo quiero que sepas que tu serás el heredero de todo cuanto he conseguido, por eso tienes que aprender a ser un duro dirigente para tu pueblo y un valiente guerrero.
-Pero si yo lo que quiero ser es...- el pequeño Jaime para en seco al notar como su padre apreta el puño y lo prepara para propinarle un capón.
-Mañana mismo comenzarás tu adiestramiento con los caballos.
-Bien, bien! Me encantan los caballos. Podré ponerles nombre?
-Claro hijo.
-El mío se llamará “Princesa de los Tulipanes”
El pobre Jaime no pudo ver a tiempo el puño de su padre y acabó llorando en el suelo. En ese momento entró un joven en la estancia.
-Levántate! Te presento a Fernando, el será tu instructor y tu ayudante y consejero mientras yo esté fuera. Con el aprenderás todos los secretos de la lucha cuerpo a cuerpo......- El padre siguió hablando pero Jaime se quedó fantaseando con su cuerpo y el del atractivo Fernando, y cuando se quiso dar cuenta ya había salido de la estancia y se encontraban solos él y Fernando. Jaime se acercó al joven despacio, y sin pensárselo le tocó el culo, mientras le ofrecía la mejor de sus sonrisas, había escuchado que los ayudantes de cámara se dejaban hace. Pero con este no era así, a no ser que el guantazo que se llevó en la cara con la mano abierta no quisiera decir eso.
Pasaron los días y los meses, fue instruido en las artes de la lucha, la caballería y la diplomacia. Y le tocó el día de ser presentado en sociedad.

Jaime, tenemos que elegir un buen uniforme para ti, así que ves probándote esas armaduras.
-Uyyyy. No no no, no pienso ponerme esas cosas.
-No empecemos como siempre, tienes que vestir igual que lo hacen los demás nobles.
-Empecemos con el faldón.
-No podría ser un poco más largo?, por debajo de las rodillas, y como con un poco más de vuelo.
-No! Te baila un poco, lo mandaremos apretar. Ahora pruébate la blusa.
-Tiene que ser blanca, no hay en otros colores?
A Fernando comenzaba a hinchársele la vena del cuello.
-Escoge una de esas dos botas.
Jaime no podía decidirse, pero no porque le costara saber cual de las dos le quedaría mejor, pero no se atrevía a decirle nada a Fernando, pero al fin y al cabo las iba a llevar el, y tenía que ir cómodo con ellas
-Es que... no tendrás por ahí unas que acaben en punta?
Creo que al duque de Portugal le he visto unas así, puedo pedir que te las hagan.
-Estupendo! Pues dile de paso que te ponga un tacón de aguja de tres dedos.
Diosss! Fernando le arrojó una de las boas y le acertó con toda la puntera en la sien, menos mal que no eran de punta.
-Seguimos, pruébate ahora la coraza. Te sietes cómodo, piensa que tendrás que pelear con ella.
Si sólo era eso de lo que hablaba Fernando, de ir cómodo. Era un incomprendido.
-Creo que me está bien, pero no crees que me hace unos pechos caídos?- La otra bota no llegó a acertarle, la ira le nublaba la puntería, menos mal.
-Sólo queda el casco, he mandado que te hicieran tres bocetos. El primero es un casco cuadrado con tu escudo de armas grabado en la parte de atrás, el segundo es un casco esférico con el sol grabado en un lado y la luna en otro, y el tercero es un casco recto coronado por un dragón alado.
Jaime se queda mirando muy serio los tres bocetos.
-Me gusta este último, pero podría ser el retrato de mi perrita en vez de ese dragón. Si quieres lo podemos poner con las patitas levantadas, y podríamos ponerle el collar en rosa palo.
Fernando le hizo tragarse el boceto en trocitos pequeños y a la semana siguiente fue nombrado en sociedad hecho todo un caballero, todo el mundo dijo que era una persona de semblante serio. Puede que fuera porque aún no había terminado de expulsar todo el papel del casco y eso le hacía no encontrarse para estos eventos.
Así que Jaime fue por el mundo conquistando territorios con su dragón alado en la cabeza. Muchas leyendas se cuentan de él. Algunos dicen que atacó Balansiya sólo por un trozo de tela a rayas con la que se había encaprichado para hacerse una blusa la cual colgaba del torreón de los sarracenos. También se cuenta que en esa misma batalla, Jaime salió de su tienda con un ponpón lana rosa sobre el dragón de su casco, cuando le preguntaron que qué era eso contestó, que un murciélago se había colado en su tienda la noche anterior avisándole de la emboscada que l preparaban los moriscos, aunque lo que no pudo explicar fue lo del color rosa.

Cinema Paradiso

Miguelín, te has parado alguna vez a mirar los carteles de las películas?

Coppola dijo alguna vez que los carteles de sus películas eran invitaciones a entrar en un mundo paralelo, invitaciones a vivir otras vidas.

Pues ese era su trabajo, dibujaba invitaciones a otros mundos, mundos llenos de amores imposibles, misterios, asesinatos y seres fantásticos venidos de mil mundos. No estudió bellas artes en la universidad de París, pero sus creaciones eran comparadas con las grandes obras pictóricas de la época. Con sólo doce años tenía una carpeta para el solo en la comisaría de policía de Notre Dame, las detenciones eran por pequeños hurtos e infinidad de peleas. Una tarde, junto a dos amigos, entró a un cine forzando la puerta de atrás, su objetivo era vaciar el almacén de todo lo que pudieran vender, pero cuando entraron se encontraron el almacén casi vacío, digo casi porque sólo habían dos cajas de chocolatinas y un montón de estanterías con latas enormes en las que ponía nobres tan raros como: “Ciudadano Kane”, “Casablanca” o “El acorazado Potemkin”. Rápidamente sus dos compañeros cogieron las cajas de chocolatinas y echaron a correr. Nuestro pequeño quedó fascinado por los destellos que producía la solitaria bombilla colgada de un fino cable mientras se balanceaba y enfocaba sus rayos de luz contra las latas plateadas. Con cada vaivén aparecían nuevos nombres. Del fondo de la habitación escuchó un leve rumor como un tren de juguete y se acercó curioso a ver de donde procedía el ruido, encontró una máquina que se le antojó enorme, pero lo que de verdad le dejó absorto fue una pequeña luz que salía de un extremo y se dirigía hacia una pantalla blanca que dejaba de serlo para convertirse en un enorme tapiz en el que se dibujaba un beso delante de un atardecer. A partir de ese día su vida cambió casi por completo, dedicaba las tardes a colarse en el cine por la puerta de atrás y se asomaba a esa ventana mágica que le ofrecía momentos de amor y aventuras. El problema es que no podía ver el principio ni el final, había un joven diez años mayor que él, que se encargaba de coger esas latas que vio en su primera visita al almacén -y que más tarde descubriría que era allí donde se guardaban los sueños- y colocarlas en la máquina, allí se quedaba hasta cinco minutos después de que empezara la película y regresaba justo antes que acabara para sacar el rollo de celuloide y colocar la siguiente.

Es así como empezó su amor por el cine, el chico dejó de frecuentar malas compañías y siguió pasándose todas las tardes viendo películas sin principio ni final, hasta que una tarde cuando pasaba por la puerta de la sala para ver cuales iban a ser las películas del día siguiente leyó un cartel que demandaba un “joven con experiencia en manejo de proyector de cine”. El nunca había tocado el proyector, pero había visto cientos de veces, escondido entre las estanterías, como aquel joven ponía y quitaba los rollos, como reparaba los enganchones e incluso como después de un pequeño incendio en una de las bobinas, había conseguido repararla sobre la marcha sin que en la pantalla se notase cuanto apenas. Él sólo tenía que decir que había trabajado en un cine de otro pueblo, cuanto más lejos mejor, y después repetir exactamente los movimientos de aquel joven, y así lo hizo, cuando el dueño del cine le preguntó si tenía experiencia él le contestó que muchísima, que se había pasado el último año en un cine de Andorra, a lo que su futuro jefe respondió con un gran gesto de admiración, no se si porque sentía un gran respeto por creer que era un exiliado de la España franquista o porque no tenía ni idea de dónde estaba Andorra y se le antojaba un lugar exótico. Por lo de más, controlar la máquina no le fue nada complicado, repetía con exactitud los gestos de su predecesor y la máquina no le daba mucha guerra.

Por fin pudo ver una película desde el principio hasta el final, quedaba fascinado por los letreros que contenían unas veces las letras “UNE FIN” y otras veces “THE END” que llegó a la conclusión que venían ha decir lo mismo. Él, al contrario que el anterior proyector, se pasaba asomado a aquella ventana durante toda la película y auque viera la misma decenas de veces siempre esperaba que hubiera un final distinto. Un día, su jefe le pidió que le ayudara a numerar los tickets de la tarde próxima, era pascua, y todo el mundo andaba muy ajetreado, así que se pasó toda la tarde dibujando números en trocitos de papel. Desde hacía un par de años se habían puesto de moda las películas bíblicas, películas que usaban como guiones pasajes del antiguo o nuevo testamento. Familias enteras se agolpaban en las puertas de los cines haciendo colas infinitas para poder ver, lo que por aquel entonces empezarían a llamarse superproucciones, la gente se emocionaba cuando Charlton Heston abría las aguas del Mar Rojo, y explotaba en aplausos cuando levantaba las tablas de los mandamientos. Fue esa tare cuando descubrió que le parecían más interesantes las películas cuando no las veía, cuando sólo escuchaba los diálogos y podía crear en su imaginación las escenas que el quisiera, cambiar escenarios y vestuario, actores y decorados para crear una escena paralela que, según el siempre era mejor que el que le había dado el propio director. Sus compañeros del cine le tomaron por loco, al principio porque prefería verse una y otra vez las películas que bajarse a la cafetería a charlar con ellos y después porque intentaba explicarles que este director o este otro se habían equivocado al plantear sus escenas de tal forma y no de tal otra como él decía. Todas las tardes mientras barrían el cine el les explicaba como habría rodado el la escena en a que Judah Ben-hur ganaba aquella carrera de cuadrigas, pero ellos, que apenas veían las películas eran incapaces de imaginarse lo que les estaba explicando. Así que tozudo como era y empeñado en demostrar que él era mejor que aquellos directores pensó que le bastaría con unos lápices de colores y unas cuantas hojas de papel para hacerse entender, así que robó una caja de colores de madera de la tienda que enfrentaba al cine y tomó prestadas algunas de esas enormes hojas de papel que utilizaban en la cafetería para poner las ofertas. Subió rápidamente a la habitación desde donde se proyectaban las películas y se tiro al suelo con las hojas de papel y los lápices de colores, aunque se encontraba muy excitado por lo que estaba a punto de hacer cerró los ojos y se tranquilizó para poder captar con sus oídos los colores y matices, sabía bien que película se estaba proyectando, la había visto más de diez veces, se trataba de “Diario de un cura rural”, una película francesa que no llamaba mucho la atención de la gente. Abrió los ojos y comenzó a pintar sobre el papel una silueta de hombre que miraba a una mujer a través de una ventana con el campo de fondo que parecía arrancado casi de la misma pantalla. Que va, no tenía nada que ver, el cartel invitaba a una película llena de romanticismo y sentimiento, mucho más allá de lo que el título dejaba ver.
Exactamente eso debió parecerles a sus compañeros de trabajo porque quedaron tan fascinados con el dibujo del muchacho que lo colgaron en la puerta del cine, y esa película que llevaba un mes en cartel y no había llenado la sala ni en una sola proyección se convirtió en la más vista del día siguiente. Los espectadores salían encantados de la película y durante ese fin de semana no hubo sesión que no colgara el cartel de “no quedan localidades”.
A su jefe no se le escapó el gran talento que tenía con la pintura y desde ese día le mandó dibujar los carteles de todas las películas. Todas las sesiones se llenaban, las buenas películas parecían mejores, pero también conseguía que las malas películas llenaran la sala. Nuestro amigo se dedicaba a colocar los rollos de película y después se tiraba al suelo y dejaba volar la imaginación y también las pinturas. Pronto le llegarían encargos de otros cines de pueblos cercanos, e incluso de los mismos directores de las películas. No tardó en montar su propio estudio de dibujo. El chico alquiló un pequeño piso encima justo del cine, allí era donde dormía y también donde soñaba, ya no robaba las pinturas de la tienda de enfrente, ahora las compraba en una papelería especializada del centro de París y había cambiado la dulce letanía de la máquina de proyectar por música de Hendel que salía de un gramófono de oscura madera con una enorme trompeta dorada. Ya casi no iba al cine, se pasaba todo el día dibujando ya que por la noche veía las películas de las que más tarde dibujaría los carteles. Una noche mientras se preparaba para irse a la cama pensó como sería su vida si no hubiera nacido en Francia, si hubiera nacido en esa América de donde venían las películas que veía, pensaba si le gustaría haber sido un temido gangster o un policía implacable, o tal vez un gladiador romano o un rey egipcio. Atormentado por la duda y por la incapacidad de imaginar como sería se sentó frente a su mesa de dibujo y comenzó a pintar sus vidas en carteles de película, se dibujaba con mujeres de largas piernas y rostro angelical, o con exuberantes amazonas cabalgando por la playa pero desviaba la vista hacia la cama y la encontraba vacía y se repetía una y otra vez: “siempre nos quedará París”, y ese era el problema, siempre se quedaba en París.
A la hora en punto comenzarían a llegar las mieles del éxito, fama, demasiado dinero y mujeres dispuestas a pasar un rato agradable con él. No voy a decir que le fue fácil soportar el cambio. Y aquí es donde entro yo. Habían muchas personas que revoloteábamos a su alrededor esperando el momento idóneo para, siendo sinceros, aprovecharnos de él y de su fama, pero algunos teníamos más clase que otros, y la suerte me eligió a mi. Estaba en el lugar adecuado en el momento justo, y eso era a la salida de un conocido local de ocio justo después de que descubriera que su último amor sólo estaba con él por su dinero, como las anteriores, así que ahí me tenéis a mí, convertido en paño de lágrimas de aquel genio de los carteles. Supe acercarme a él y ganarme su confianza, le presenté a la gente más influyente del momento y lo llevé a los mejores sitios de la ciudad y me gané el puesto de asesor. Ahora ya no iba al cine, las películas se las llevaban a su piso y allí las veía, pero no se molestaba en verlas enteras, con treinta minutos le sobraba para dibujar el cartel, y al tiempo ni eso. Después de recorrer los garitos de moda de París llegaba a su casa con alguna mujer y cuando ella se quedaba dormida se sentaba frente a la mesa de dibujo y encendía el proyector. Al día siguiente siempre despertaba igual, un cartel de mierda dibujado en la mesa y una chica demasiado joven en su cama, entonces, la tiraba a patadas y se pasaba toda la mañana llorando en una mezcla de culpa y desesperación. Descuidó su trabajo igual que descuidó su comida y su aspecto y yo mientras cobraba mis comisiones. Me pasaba una vez por semana por su casa, le llevaba algo de comida y los rollos de película y recogía los carteles, que cada vez eran peores, pero que cada vez se pagaban más caros. Una mañana subí a su piso para recoger los trabajos, como de costumbre, pero el no estaba y los trabajos tampoco, harto de esperar empecé a buscarlos yo mismo, encontré una carpeta llena de cientos de carteles en los que el era el protagonista y al pié una fecha y una frase a modo de título de película o solamente una palabra. Era como una especie de diario gráfico, en los carteles explicaba cosas que le sucedían, en ellos expresaba su estado de ánimo, todos los carteles eran grises y oscuros. Fué entonces cuando me di cuenta del personaje que había creado y de la persona que había destruido. Pero resultó ser demasiado tarde, días después lo encontraron muerto en aquella cabina de proyección dónde un día descubriera el cine. Estaba sentado en el suelo abrazado a la lata que guardaba el rollo de Casablanca y un cartel donde se podía ver a él asomado a una pequeña ventana y tras ella un inmenso campo de trigo con un radiante sol. No sé que quiso decir. El hombre al que le vendí el cartel me dijo que representaba su libertad

Sueños de un hombre despierto.

-Tal vez sea mejor que se quede.
-Pero yo quiero que venga con nosotros.
-Ni pensarlo, no quiero que me estropee otras vacaciones.
-Yo lo cuidaré.
-Seguro? Tú le darás de comer? Tú lo limpiarás, he? Serás tu el que pasee todas las tardes con él?
-Pero es que en la residencia se va a poner triste.
-También serás tú el que no pueda ir a la piscina cuando le duela la vesícula?
-Tal vez sea mejor que se quede.

 
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