Ellas tabién leen.

No es que fuera un escritor fracasado, lo que pasa es que su literatura sobre el vacío existencial que provocaba la falta de pechos turgentes en los hombres iba destinado a un público muy selecto, por eso fue que aceptó la oferta de su editora para escribir best-sellers sobre logias satánicas y artefactos templarios. Por eso, y porque estaba arruinado y con una demanda de divorcio.

Robert sentía curiosidad por saber que pinta tendría la clase de gente que leía la basura que escribía ahora, así que se dirigió a una librería del centro, a una de esas nuevas cadenas con jóvenes dependientes con chaleco y aspecto de tener una teoría propia sobre la relatividad. Tardó en encontrar su libro. No preguntó a los jóvenes del chaleco. Odiaba a las personas que eran incapaces de leer los carteles que indicaban el tipo de lectura que contenía cada estantería. Su libro se encontraba justamente en su sitio, narrativa, histórica, a, b, c, d... aquí. Así que una vez localizado el libro se puso a disimular ojeando guías de viaje a la espera que alguien se acercara a comprar su libro. Sabía con exactitud todos los detalles de la torre Eiffel, en las doce guías ponía lo mismo. Mientras, la gente pasaba por delante y nadie reparaba en su libro, nadie se acercaba si quiera, bueno, hubo un joven que casi lo rozó. Por el arco de la sala apareció un hombre cincuentón y se acerco a la estantería, comenzó a pasar el dedo con delicadeza por los lomos uno a uno como si el dedo le ayudara a notar las buenas vibraciones del final de una novela. O, p, q, cambió de estante u, v... volvió el dedo atrás al darse cuenta que se había dejado un estante sin revisar. De pronto, una minifalda vaquera se cruzó en el campo de visión. Dos largas piernas forradas de lycra negra que terminaban muy arriba, y la falda vaquera. Una blusa blanca que radiografiaba una sumisa espalda abrazada fuertemente por un sujetador sin broche, una rubia melena caía por el lado derecho de la espalda desde una goma que sujetaba el pelo con sumo tacto. Dejó apoyada una guía de la Barcelona nocturna y dio dos pasos a la derecha, se moría de curiosidad por saber que tipo de literatura envolvería ese cuerpo, levantó despacio la cabeza y buscó el letrero que marcaba aquella estantería... “Literatura erótica”. Estalló en cólera, habían puesto su libro al lado de los libros para degenerados! Que mierda de librería era esta que mezclaba grandes autores como Dan Brown o él mismo con esa mierda porno? Que mierda de librería era esta que se atrevía siquiera a vender esos libros? Cuando la ira empezó a disminuir y la cólera dejó de nublarle la vista advirtió que el cincuentón se había marchado y los cinco ejemplares de su novela seguían en formación colocados en la estantería, pero también se había ido la chica de largas piernas. Salió a la calle esperando encontrarla, sin embargo ya se sabe lo que pasa en estos casos, demasiada gente y sólo se ven cabezas, pero como en un vídeo clip de un cantautor bucólico, a la tarde se le fue el color y el mundo se detuvo lentamente para que él pudiera ver como, aquella mujer, subía los dos escalones que marcaban la entrada a la estación del metro, para después, bajar hacia el andén y perderla de vista. El sol volvió a salir y el mundo giró otra vez a sus 45 r.p.m. Salió corriendo mientras creía escuchar que el violinista rumano que pedía en la puerta del bar contiguo tocaba la banda sonora de carros de fuego para el. Llegó a la parada y subió de un salto los dos escalones para luego bajar las escaleras mecánicas detrás de una señora y sus dos maletas. Bajó al andén y allí estaba ella, caminando hacia el final del andén, aquella mujer le infundía un respeto casi místico. El suelo comenzó a vibrar y a lo lejos se oyó un pitido que anunciaba la inminente llegada del tren. El tren se detuvo y abrió sus puertas. Ella subió, y él sin llegar a pensárselo subió también. Y allí se encontraba, dos vagones separado de ella pero colocado estratégicamente de forma que no la perdiera de vista, y así lo hizo, no apartó la vista de sus piernas ni su pelo en todo el trayecto, excepto en una ocasión que el metro tomó una curva tan pronunciada que el fuelle de goma que unía los vagones se estiró al máximo y él supo lo que era la ansiedad aunque sólo fuera por dos segundos. Cuatro paradas más tarde los dos bajaron del tren, primero ella y después el, y se encaminaron a la salida que le quedaba más próxima a ella. Fue entonces cuando entró en razón y se dio cuenta que no podía seguir a esa mujer de por vida así que mientras subían por las escaleras mecánicas, él cavilaba la forma de acercarse a ella y entablar conversación, quizá sobre la literatura erótica contemporánea. Salieron a la calle y dos manzanas después fue engullida por una elegante puerta lacada en blanco protegida por un pequeño toldo púrpura que anunciaba: “Club Venus”. Rebuscó en los bolsillos pero seguía arruinado así que emprendió el camino de regreso pensando en jóvenes novicias que encuentran medallones ocultos mientras tienen una larga noche de placer.

 
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