Será la edad...

Caminando por las calles de Asakusa, mientras daba patadas a las hojas caídas de los Ginkos leyó en una pared:

Es en el tiempo
donde el hombre ya anciano
busca un culpable.

…entonces le atacó una duda, si el haiku tenía razón y el tiempo no era el culpable de lo que le sucedía, qué o quien sería el culpable de su desgracia? Le dio una larga calada al cigarro, el tabaco no sabe igual en Japón.

P.D.: Perdón, se nota que el haiku está metido con calzador, he?

LOVE IS IN THE AIR of Valencia City


Se quedó con el corazón en un puño y la mano apoyada en el semáforo en rojo. Parpadeó, y después la perdió de vista entre la multitud. Supo entonces, que no volvería a ver más esa melena rubia que le había arrebatado el corazón. El semáforo cambió a verde, agacho la cabeza y se dirigió hacia la plaza de España.

Me cuenta que fue bajo otro semáforo en rojo donde la conoció. Ella se le acerco con una carpeta en la mano, su pelo moreno le tapaba las orejas y le caía dulcemente por los hombros, llevaba una camiseta verde con el logotipo de Greenpeace y unos pantalones de lino claros que intentaban tapar unas sandalias de cuero. La chica le preguntó: “Tienes un segundo?” y el pensó, “tengo toda una vida”. Y fue justo en ese instante en el que se dio cuenta que ella era la mujer con la que iba a pasar el resto de sus días. La chica sonrió y comenzó a explicarle algo a lo que el no prestaba atención porque estaba concentrado en las suaves olas que dibujaba su pelo, en la forma de mover los labios y las sonrisas que le dedicaba cada cierto tiempo, en el curioso juego del que eran partícipes sus dedos su pelo y sus orejas, en la forma tan elegante que tenía de parpadear y en la clase que demostraba cuando se tocaba la nariz. El despertó de su ensoñación cuando ella, por segunda vez, le pregunto si estaba de acuerdo. La respuesta fue una amplia sonrisa y un “Si, quiero”. Ella empezó a pedirle datos que le parecían demasiado personales para una primera cita pero, como le iba a negar nada al amor de su vida. En se momento hubiera sido capaz de separar las aguas del mar rojo si ella se lo hubiese pedido. En cambio lo que le pidió fue una firma, y firmó. Le entregó una copia del documento y, eso sí, con una sonrisa que quería decir algo más, le dio las gracias y se fue al encuentro de otra chica que pasaba por su lado para contarle la misma historia.

El semáforo se puso en verde, otra vez, agachó la cabeza y cruzó el paso de cebra en dirección al centro. Valencia, ciudad llena de mujeres de las que uno se puede enamorar con facilidad.

Soledad I

La soledad del corredor de fondo.

Sólo escuchas tu respiración y el golpe de la suela de tus zapatillas contra el terreno. El ritmo te recuerda una canción y crees escucharla en tu cabeza. Piensas en los quilómetros que has dejado atrás y nunca en los que te quedan. Miras al sol aún sabiendo que te va a deslumbrar, entonces te acuerdas de la postura y de la técnica de carrera y haces repaso mental de cada parte de tu cuerpo para que todos los movimientos sean eficientes y estéticos y en tu cabeza una canción que se repite hasta la saciedad.

Sonríe.

Después de tanto tiempo creo que no me queda nada por decir, a mis setenta y dos años y con miles de artículos y un puñado de libros a mis espaldas me siento vacío de frases, como si hubiera exprimido hasta la última letra. Y ahora me encuentro frente a mi futuro totalmente hueco, como un cascabel al que le falta la bolita. Ahora mi pluma se secará, y con ella la felicidad.
Abatido, me he bajado a la calle en busca de algo, no se muy bien el qué. Paseando, cerca de las obras del nuevo tren orbital he encontrado a tres hombres de edad avanzada apoyados en una de esas vallas que separar a los que buscan tesoros de los que esperan encontrarlos. Dos de ellos no apartaban la vista de los operarios que descargaba sacos de un camión, en cambio el otro observaba curioso el movimiento de una grúa torre. Este último sacó un papel del bolsillo, lo desdobló y sonrió, después de unos segundos lo volvió a doblar y se lo guardó. Advertí que repetía este gesto demasiado a menudo. Ávido de encontrar la respuesta a esa sonrisa he dado un paso atrás y tal ha sido la sorpresa que no he podido evitar copiar su sonrisa. La hoja de papel estaba repleta de pequeñísimos círculos dibujados a mano llenando más de la mitad del folio. Demasiado intrigado como para irme a casa le he preguntado: “Perdone por la indiscreción, pero que es lo que lleva en ese papel?” y con tono de confidencialidad me dice: “es el secreto de la felicidad” y me extiende el brazo para que lo vea de cerca.
La chica de la papelería me pregunta “ de verdad quiere cien fotocopias de esto?” “Si, por favor”. Le pago , le sonrío y antes de salir a la calle le dejo una copia encima del mostrador.

Si, era azul.

En realidad lo que era azul era su pelo. Mil veces hablé con ella y nunca me detuve a mirarle los tobillos. Con ese hablar tan suyo y su peculiar manera de rascarse la nariz, siempre se me escapaba una sonrisa y ella fruncía el ceño por unos instantes para después seguir con su interminable monólogo. Yo la dejaba hablar, aunque no me interesara lo más mínimo su explicación, la mayoría de las veces me limitaba a asentir con la cabeza mientras me recreaba en los reflejos azules que su pelo proyectaba en el metal de su silla de ruedas.

Cortos que abren puertas.

Abrí la puerta con exquisita delicadeza. Un leve escalofrío se apoderó de mi espalda, la sensación de encontrarme solo en la clase era fascinante. Di dos pasos y subí el escalón que separaba los pupitres de la pizarra, la vista era inigualable, por primera vez disfrutaba de ella sin la presión de una pregunta. Me giré y vi la pizarra verde inmaculada, seguro que era este el verde al que quería el poeta. Acerqué mi nariz a la pizarra y me dejé embriagar por el perfume del verde recién limpio y ese olor se me subió a la cabeza. Flotaba por la clase como un sommelier que ha caído en la tentación, tuve que apoyarme en un pupitre para no caerme al suelo. Entonces recordé a lo que había ido, otro escalofrío, me dirigí a la mesa de la profesora y con sumo cuidado lo cogí entre mis manos. Dejé que el placer de poseerlo invadiera todo mi cuerpo. Tenía sobre la palma de mi mano la llave del bien y del mal, del sobresaliente y el suspenso. Lo volví a dejar donde estaba, quieto, esperando que aquella tarde su dueña hiciera de él música entre los exámenes.

Hay cosas que es mejor no saber.

Sólo el sabía lo que le dolía la cabeza. La noche anterior había salido de caza con unos amigos y habían bebido como si lo fueran a prohibir. El resultado, el de siempre, vuelta a casa solo, borracho y preguntándose por qué no resultaría atractivo para las mujeres. Un telefonazo le sobresaltó, maldijo a su interlocutor antes de cogerlo. “Quién?” “Buenos días, tengo el descubrimiento del siglo!” La voz al otro lado del teléfono parecía eufórica pero Jean Paúl no tenía el cuerpo para bromas así que prefirió asegurarse ante que tener que salir de su despacho. “De qué estas hablando?” “Tengo el descubrimiento que revolucionará las relaciones humanas!” Colgó el teléfono y volvió a maldecir a su interlocutor, ahora sí, con muchas razones.

Jean Paúl era el jefe de investigaciones sociológicas del gobierno francés, era un área que pocos conocían, encargada de buscar soluciones al desorden social que se vivía en el país. Pertenecía al área de inteligencia y estaba en gran parte militarizado.

Bajó los tres pisos que separaban su despacho del laboratorio. En la puerta del ascensor lo esperaba Marc, un joven al que habían reclutado directamente de la mejor universidad de ciencias del país. Marc saludó a su jefe con un gran entusiasmo a lo que Jean Paúl respondió simplemente con un gruñido. De camino al laboratorio el joven explicaba a su jefe el inicio de la investigación. “Como ya sabe, el ministro del interior nos pidió que investigáramos si existía alguna relación física entre las personas y su comportamiento, una evidencia que diera algo de luz a los conflictos interpersonales.” Llegaron al laboratorio y a Jean Paúl le sorprendió ver la pared repleta de mapas-mundi y fotos del meteosat llenas de garabatos hechos con rotulador, diagramas de flujos y fórmulas matemáticas. Marc se colocó en mitad de la sala con los brazos extendidos y una gran sonrisa. “He aquí el descubrimiento” Jean Paúl se paseó por las paredes intentando descifrar mapas y garabatos, pero lo único que conseguía era aumentar su dolor de cabeza. “Explícamelo.“

“Te has preguntado alguna vez si existen los amores a primera vista? – no le dejó contestar- No, existen los lugares donde te enamoras a primera vista, lo mismo ocurre con esa pareja de novios que tienen una relación de novios muy intensa y deciden casarse, y cuando se van a vivir juntos se separan, el problema es que el lugar donde se enamoran no es el mismo en el que deciden pasar el resto de sus vidas”
“Quieres decir que te has pasado dos años para analizar algo tan absurdo? Si quisiera estadísticas habría contratado a una empresa de teleoperadoras.” Este comentario no hizo que Marc dejara de sonreír, el joven seguía paseándose por todo el laboratorio señalando los mapas. “No es estadística, el amor es la base de todas las relaciones interpersonales y de todos los comportamientos humanos ya sea de matrimonios, familiares, compañeros de trabajo o enemigos. El estudio concluye que hay vectores, ya sean negativos o positivos, que recorren todo el planeta. Estos vectores fluyen por unos caminos fijos por todo el planeta y en todas direcciones, los recorridos sólo varían con altas presiones atmosféricas y vuelven a su cauce habitual una vez pasada esta. Es tal la influencia que si dos personas totalmente opuestas se encuentran bajo la influencia de uno de estos vectores pueden llegar a enamorarse. Igual que una pareja perfecta que lleva toda la vida juntos, si pasa el tiempo suficiente bajo la influencia de un vector negativo pueden separarse. Esto también ocurre en los lugares de trabajo, está demostrado que las oficinas que están colocadas bajo uno de los vectores positivos rinden al cien por cien ya que el ambiente de trabajo es excepcional. Ahora sólo tenemos que colocar a la gente debajo de los vectores según nos convenga, revolucionaremos las relaciones, demostraremos que el amor no tiene nada que ver con los sentimientos, es sólo una cuestión de situación, todas las demás tonterías estéticas quedarán en un segundo plano pudiendo dedicarse el ser humano apara lo que fue creado, a la reproducción” Jean Paúl empezaba a comprenderlo todo y empezaba a evaluar el hallazgo mientras Marc se expresaba cada vez con más entusiasmo, iba de un lado a otro como una exhalación. “Manejaremos el amor y el odio a nuestro antojo, tendremos en nuestra mano el inicio y el fin de las guerras, todo…”

En un segundo Jean Paúl sacó su arma y le disparó entre los ojos. El mundo no estaba preparado para tal descubrimiento.

Cuanto mal han hecho los libros de autoayuda.

Llegué del trabajo y cerré la persiana, prometiéndome no volver a ver la luz hasta no encontrar las certezas que había perdido. Me senté en la cama y crucé las piernas como lo había visto hacer en la tele y pensé en un punto blanco en el infinito. Me concentré en mi respiración pero al tiempo me di cuenta que no podía hacer dos cosas a la vez, cambié de estrategia. Decidí psicoanalizarme pero no sabía como hacerlo así que me tumbé en la cama y comencé a pensar en lo que había hecho con mi vida, donde me encontraba, hacia donde me encaminaba, cómo había llegado hasta esta situación…

Al tiempo de estar encerrado empecé a perder la noción del tiempo. Los minutos se hacían horas y las horas días, las paredes comenzaban a estrecharse, empezaba a faltarme el oxígeno y seguía sin encontrar las certezas. Es más, notaba que estaba perdiendo los instintos más primarios. Mi garganta era incapaz de emitir sonido alguno.
A lo lejos escuché un portazo, el ruido de unas llaves contra el cristal y la puerta del cuarto se abrió dejando ver a mi mujer que volvía del trabajo. Corrí a abrazarla, creo que no perdí mis certezas, lo que pasa es que no sabía dónde las había puesto.

Por qué no?

-Sabes qué?
-Dime.
-Da igual… te vas a enfadar.
-No me enfado, cuéntamelo.
-Hoy he matado a un hombre.
-¡Pero qué estas diciendo?
-Que he matado a un hombre.
-Con esas cosas no se juega!
-Ves? Sabía que te ibas a enfadar.
-Pero… como ha sido?
-Le he clavado unas tijeras en el cuello.
-Te ha intentado atacar?
-No, estábamos hablando y le he clavado unas tijeras en el cuello.
-Y por qué?
- No sé… nunca has sentido curiosidad por saber que sentirías.
- (lloros)
- Estaba trabajando en el despacho y él vino a saludarme, empezamos a hablar pero no me interesaba la conversación, así que intentando disimular que prestaba atención me he dado cuenta que llevaba las tijeras en la mano y se las he clavado en el cuello.
-Eres un asesino!!!
-No soy ningún asesino! Nunca has imaginado que sentirías al meter la cara en una tarta, o al meter la mano en un saco de legumbres? Nunca has deseado la sensación de correr desnudo en la noche o saltar desde un balcón?
-No! Si… Puede, pero son sólo ideas, sueños.
-Entonces, por qué te escandalizas? Todos los días mueren miles de personas en el mundo.
-Pero no los matas tú!
-Los matan otros, pero tampoco veo que te escandalices.
-Pero son otros, no tú!
-Pero siguen muriendo.
-(silencio)
-(silencio)
- Y que has sentido?

Nunca llgué a doblar cucharas.


Buscó en su mochila la caja de lápices de colores, eligió el azul que más le gustó y pintó el cielo.
Hacía diez minutos que Arturo había descubierto lo que era capaz de hacer. Ahora se acordaba de su padre cuando le decía que, si deseabas mucho algo, al fina se convierte en realidad. Y él veía a aquel hombre que doblaba cucharas en la televisión. Después corría a su cuarto y hacía un gran esfuerzo, concentrándose en la cuchara, pero lo único que había conseguido era algún que otro dolor de cabeza.

Pero hoy ha sido distinto. Se ha levantado nervioso, pues su padre le había prometido llevarle al parque de atracciones, hacía casi dos años que no montaba en la noria. Se lavó la cara como los gatos, sin agua, no tenía tiempo para lavarse los dientes así que usó el enjuague bucal de su madre, cuando empezó a picarle en la boca pensó que, a lo mejor, tampoco hubiera pasado nada por perder un par de minutos. Se vistió y llenó su mochila con todas las cosas que un niño de su edad puede necesitar en un parque de atracciones; los walky-talkis, unos lápices de colores y un cuaderno, el muñeco explorador, los cromos de fútbol y una cámara de fotos de esas que tienen dentro diapositivas de postales.

Bajó a saltos las escaleras. Su madre lo estaba esperando al pie. “No creo que vayas al parque, está lloviendo” In crédulo, salió disparado al jardín. No le hizo falta mirar al cielo, las gotas de lluvia le inundaban las mejillas. Quería llorar pero la impotencia y la rabia no le dejaron. Se enfadó con las nubes, levantó las manos y empezó a agitarlas como si quisiera pelearse con ellas. “La culpa es vuestra” Y las nubes empezaron a abrirse como si le tuvieran miedo. Pero la verdad es que se movían a su antojo. Lo había deseado tanto… y además esta vez ese deseo salía de un sitio distinto. Empujaba los brazos hacia delante y las nubes se alejaban, movía los brazos hacia él y las nubes volvían, sólo tenía que pensarlo y hacer un gesto con las manos. Empujó las nubes hasta donde no las pudiera ver, pero el cielo seguía gris, así que se le ocurrió una idea, buscó en su mochila la caja de lápices de colores, eligió el azul que más le gustó y pintó el cielo. En ese momento escuchaba los consejos de su maestra. Ponía mucho cuidado en no salirse, no fuera a ser que manchara las fachadas de los edificios de enfrente o que tiñera el sol de azul. Movía el lápiz formando pequeños círculos y no se dejaba ningún hueco sin pintar. Cuando acabó le dolía un poco la muñeca, pero estaba muy orgulloso de su cielo. Se sentó en el primer escalón del porche y esperó a su padre.

Amores imposibles.

Yo no llegué a conocer a mi abuela, pero mi madre me cuenta que ella siempre decía que de amores imposibles estaba el mundo lleno, y que son estos los que hacen que el mundo gire. Quizás con esto intenta justificar a mi padre cuando le pega y ella ni siquiera trata de defenderse. Yo intento hacerle entrar en razón, le digo que aunque vivamos en una aldea, los tiempos han cambiado, que ahora llamas al 112 y en diez minutos aparece la guardia civil y a los dos días ya lo han juzgado y encerrado. Le digo que los tiempos de meigas se acabaron, pero ella sólo hace que repetirme: “le quiero, y en el fondo el también a mi”.

La noche del lunes llegué del cine y me encontré a mi madre despierta en el sofá. “Que haces aún despierta?” “nada, estaba esperando a tu padre”. Eran las doce y media y todavía no había vuelto. Deseé que le hubiera pasado algo me temía que no, se habría quedado en el bar bebiendo y vendría, o muy borracho como para subir a la habitación a acostarse, o violento y con ganas de discutir. Así que decidí quedarme con mi madre a esperarlo para evitar que le hiciese daño. Apareció a la una y media con bastantes copas de más. Mi madre se levantó a recibirlo con un beso, pero él le gritó desde la entrada: “tú que miras?”. Ella se paró en seco y bajó la cabeza como sabiendo lo que venía a continuación, esperando que pasara rápido, como el rebobinado de las cintas de video. Pero él, con ganas de pelea, levantando más la voz, le inquirió: “ que he hecho yo para que me mires con esa cara de desprecio?” y se acerco a ella levantando el puño. Entonces, llevado por la rabia me abalance sobre el empujándolo del cuello contra la pared con una mano mientras en el aire cerraba el puño izquierdo con tal impotencia, que por no pegarle me clavaba las uñas en la palma de la mano. Él aprovechó que sabía que no podía pegarle para propinarme un puñetazo en la boca del estómago e instintivamente dejé caer el puño con violencia sobre su sien. Cayó al suelo como si fuera un muñeco de trapo. Asustado me agache para comprobar si respiraba y noté un alivio tremendo cuando noté que su pecho se hinchaba. Miré a mi madre y , en ese momento, fui consciente de lo que había hecho, aturdido y desorientado salí corriendo hacia las afueras de la aldea, el sudor de la frente se mezclaba con las lágrimas escociéndome en los ojos. Cuando las fuerzas me fallaron me dejé caer al suelo entre helechos y eucaliptos. Al recuperar el aliento me di cuenta que tenía frente a mí el convento de la Orden de Calatrava, actualmente abandonado por los religiosos aunque la capilla se abría para ofrecer misa en las fiestas del patrón del pueblo. Es curioso como cuando buscamos la salvación de cualquier tipo siempre se nos representa la religión de alguna forma, ya seas creyente o no. Recordé lo sucedido en la casa y el estómago me dio un vuelco, me encaramé a un árbol y vomité, en cada arcada sentía el dolor de la culpa, como si el puñetazo lo recibiera yo. Me acordé de repente que había dejado a mi madre sola con ese…, pero me pudo más el miedo y preferí pensar que no se levantaría hasta mañana. Sin fuerzas ni valor para moverme me quedé arrodillado, empalmando sollozos con lamentos. En ese instante un aire frío empezó a mover los helechos y el suelo temblaba como un leve terremoto. Al levantar la cabeza creí ver una luz en el camino que discurre junto al muro del convento, la luz se acercaba, y un minuto después pude observar a una veintena de hombres y mujeres que, en procesión, portaban velas. La marcha la abría un hombre de unos cincuenta años, pero que llamaba la atención por su extrema delgadez y unas profundas ojeras. La comparsa tenía una luz especial… Entonces caí en la cuenta de lo que estaba viendo y el miedo me paralizó. Me acordé de viejas historias que hablaban de una procesión de almas encabezada por una persona que durante la noche era condenada a vagar al frente de la procesión hasta que las fuerzas lo abandonasen y pasara a formar parte de las almas o hasta que la Santa Compaña, que así la llamaban, encontraran a un incauto caminante que lo sustituyera. Pero también me acordé de algunas maneras para no ser visto por la Santa Compaña y así no convertirse en un alma condenada ha vagar. La más simple era tirarse al suelo boca a bajo sin moverse, aunque las procesión pasara por encima de uno mismo, también se podía dibujar un círculo en el suelo y meterse dentro de él, y en el último de los casos correr muy rápido sin mirar atrás. Pensé en correr, pero las piernas no me respondían y tenía demasiada curiosidad como para perdérmelo. Así que busque rápidamente una rama y tracé un circulo en la tierra de al menos dos metros de diámetro. De pié, en el centro del círculo, con la única preocupación de que ninguna parte de mi cuerpo sobrepasara la barrera imaginaria que me protegía, me dispuse a contemplar el espectáculo. Todo eran caras que expresaban tristeza, incluso angustia, todas menos una. La última alma de la fila derecha era una joven que tendría más o menos mi edad, era preciosa, su rostro no mostraba amargura, si acaso resignación y sus labios dejaban entrever una leve sonrisa. Me quedé hipnotizado por su belleza, llevaba un camisón blanco que dejaba adivinar generosas curvas y una larga melena morena ondeaba hasta donde la espalda perdía su nombre.
Me enamoré. Os lo podéis creer? Decidí salir a su encuentro, me daba igual acabar como un alma más vagando hasta la eternidad alrededor del monasterio, siempre que fuera con ella. La Santa Copaña me vería y se detendría a mi paso para que ocupara el lugar del guía, pero recordé que este no recuerda nada de lo vivido por la noche, por eso no el mismo tiene explicación a lo que le ocurre. Destrozado y hundido, sentado en el suelo veía como mi amor se alejaba y a saber cuando sería la próxima vez que la Santa Compaña se dejaría ver, quedaría condenado a esperar todas las noches a que apareciera, si es que algún día volvía a aparecer.
Y aquí estoy, sentado dentro de un círculo esperando a que aparezca, hace ya dos meses que la vi. Noche tras noche vuelvo a dibujar el círculo y me siento a esperar. Puede que esto sea uno de esos amores imposibles de los que hablaba mi abuela, puede que lo de mis padres también lo sea, no lo sé. Pero desde hace un tiempo tengo la sensación que el mundo gira más rápido. Yo seguiré esperando.

Para médicos y amantes.


Se levantó como si fuera un día más, y lo cierto es que para él era un día más, salvo porque era el día de su jubilación. Cuarenta y nueve años trabajando en el tiovivo de Colón, lo llamaban así porque estaba en medio del parque de la plaza de Colón, ante la plaza no se llamaba así pero al tiovivo lo llamaban simplemente “el tiovivo”. Juan era el dueño, encargado, animador y técnico del tiovivo, antes lo fue su padre y antes su abuelo, pero Juan no había encontrado tiempo para buscar mujer, y mucho menos para tener hijos. Así que el tiovivo había sido donado a la ciudad, no era una idea que le gustase, pero era la única posible.
Después de vestirse se dirigió al bar de Julián donde siempre desayunaba tostadas y café con leche bien caliente, daba igual el tiempo que hiciera. En el bar lo estaban esperando con un regalo. Una pequeña cafetera eléctrica. Juan, sonriente y muy agradecido, le dio un abrazo al dueño del bar: “no creas que vas a librarte de hacerme las tostadas” y le sirvió su café y sus tostadas mientras hablaban de fútbol.

Llegó puntual a su lugar de trabajo, abrió los candados que impedían abrir las lonas que cubrían el tiovivo y comenzó a barrer. Después de pasar el plumero y limpiar los cristales conectó la luz y el tiovivo empezó a girar, los caballitos subían y bajaban al son de campanillas invisibles y las luces de colores que parpadeaban ayudaban a crear un mundo mágico para cualquier niño, y para cualquier adulto que alguna vez hubiese sido niño.

Dos mamás con sus hijos fueron los primeros clientes. El tiovivo se detuvo para que los niños pudieran subir y… tiroririrori… comenzó a girar. Después de todas las vueltas del mundo los niños bajaron emocionados, por suerte o por desgracia ninguno se había mareado, por suerte porque él no quería nada malo para ninguno de esos niños, pero era raro, antes cada día solía limpiar el vómito de dos o tres niños que se mareaban, desde hacía unos diez años, sin embargo, no se había mareado absolutamente ningún niño. El no tenía estudios, ni era médico, pero tenía sus propias teorías. Juan pensaba que esto se debía a la Cocacola, que llevaba un condimento secreto que afectaba al equilibrio de los niños.

El último viaje de la mañana fue más corto de lo habitual, el tiovivo siempre se cerraba a las dos de la tarde y, aunque hoy fuera su último día no iba a dejar de cumplir con sus principios. Así que los niños se bajaron después de una docena de vueltas contadas. Cerró y se fue a casa a comer, se preparó una sopa y estrenó su cafetera eléctrica, eso sí, con descafeinado como de costumbre, después no perdonó la siesta de media hora y otra vez al trabajo. Volvió a barrer, pues estaban en otoño y las hojas inundaban el tiovivo. Cuando los colegios terminaron sus clases empezaron a llegar los niños y mientras manejaba el tiovivo pensaba en todo lo que haría a partir del día siguiente; dedicaría una semana a terminar las pequeñas chapuzas que tenía pendientes por casa, un grifo que goteaba, una puerta descolgada... Después se iría de viaje durante dos semanas y... sonaba el fín del viaje del tiovivo y tenía que salir a atender a los nuevos clientes.

Una hora antes del cierre se presentó un hombre trajeado, venía en nombre de la consejería de cultura. Se excusó diciendo que faltaban algunos detalles por ultimary además recogería las llaves para que el no se tuviera que molestar. El hombre se quedó con Juan, era simpático, le explicó que desde pequeñito le habían fascinado estas máquinas y a Juan siempre le encantaba dar explicaciones y alardear de su dominio de la mecánica. Cundo se hizo la hora del cierre cesó la música y se apagaron las bombillas de colores. El joven le ayudó a cerrar las lonas y en cuanto hubo recogido todas las llaves le preguntó: “Que va ha hacer ahora que se jubila?” “Vivir” y sorprendido por la respuesta inquirió “No va a sentir nostalgia?” “ Nostalgia? Por que?”.

Juan se dirigió a casa saludando a los que día tras día se encontraba en su camino de vuelta a casa. Llegado al patio de su finca sintió un gran malestar y comenzó a vomitar, toró la comida y el desayuno. Agustina, que era la portera de la finca, salió corriendo a auxiliarlo “Que le pasa señor Juan?” “Me he mareado, ya he bajado del tiovivo”

Suicidio.

Había recogido muchos premios en mi vida, pro ninguno me hacía tanta ilusión como este. En teoría era uno de los nominados a mejor actor de teatro de este año pero el comentario de Jean Magêr fue claro. “ves preparándote un discurso. Ah!! Y no te olvides de poner cara de asombro.” Así que me pasé toda la semana preparando mi discurso y ensayando en el espejo mi cara de sorprendido.
Me encontraba delante del espejo afeitándome, quedaba poco tiempo para que un coche de la academia pasara a buscarme. Tenía todo listo recién traído de la tintorería pero aún faltaba el sombrero.
Busqué en mi armario un sombrero blanco con una cinta negra, el cual me compré con mucha ilusión pero que nunca me llegué a poner. Traje negro con rayas verticales marcadas sin corbata y con el sombrero. Recordé haberlo visto en el armario de la oficina. Abrí el armario y allí estaba, solo en la última balda, como esperándome, como si supiera que un día u otro tendría que ir a cogerlo. Y lo cogí, pero al arrastrarlo hacia mí algo me golpeó la cabeza y me hizo caer al suelo. Me tiré la mano a la frente, el dolor era muy fuerte pero no me había hecho sangre. A mi lado giraba como una moneda una caja metálica de galletas con una inscripción: BODA REAL. Era una caja con la que se conmemoraba el enlace de los que, por aquel entonces, eran los príncipes de España. Y de pronto todo se volvió blanco y negro, recordé aquella caja, me vi a mí de joven metiendo objetos en ella y revisándola una y otra vez. Recordé muchas cosas sin tan siquiera abrirla. Justamente por eso decidí no abrirla. Pero luego también me acordé de ella y quizás justo por eso no tendría que haberla abierto, pero lo hice. Y la habitación se volvió más gris si cabe.
Empecé a sacar cosas de su interior: cromos de los que se tenían que pegar con pegamento, entradas de fútbol, un pétalo de rosa, fotos polaroid de viejos amigos, regalos que me hizo mi hermana con sus manos, billetes de autobús y una réplica de un avión comercial. Y lloré sin poder evitarlo. Lloré y me puse a recordar. Viejos amigos que hoy ya no me saludaban y otros que se habían quedado por el camino, lugares donde ya nadie me esperaba, ciudades que nunca llegué a visitar y alguien que me esperaba en todas las ciudades con la que nunca me besé. Y lloré. Y lloré más y me maldije. Rondaba por entonces la veintena y no tenía claro que quería hacer con mi vida. Aunque sí que tenía claro que a quién quería era a ella. Pero ella era demasiado para mí, por entonces yo solo era un dramaturgo de segunda división y ella mi seguidora más fiel. Representaba para ella todos los papeles que caían en mis manos y siempre aplaudía. A veces escribía románticas declaraciones de amor que representaba para ella diciéndole que eran de autores checos y siempre aplaudía, pero sólo aplaudía y yo me iba a casa a soñar con finales diferentes en los que ella lloraba de emoción y me pedía que lo volviese a interpretar. Compartíamos la afición por el dibujo. A veces nos pasábamos largas tardes dibujando en el parque y yo siempre le regalaba uno de mis dibujos, en el que escondía corazones entre las hojas de los árboles y te quieros entre el mecer de la hierba. Al tiempo mis ensayos dieron su fruto y fui contratado por una gran compañía para representar a Romeo por toda Latinoamérica. Al principio la distancia no me supuso un problema. Todos los días nos comunicábamos por correo electrónico, por teléfono y algún día que otro recibía una postal. Hablábamos de lo que hacíamos y lo que haríamos cuando yo regresara, de las cosas que habíamos hecho juntos y de todo lo que nos faltaba por hacer, de lo rápido que pasaba el tiempo, de nuestras esperanzas, de nuestros anhelos.
Pero al mes de dar vueltas por el nuevo mundo la tristeza me invadió y cada día moría dos veces, una en el teatro y otra en la habitación del hotel, hasta el punto en el que cierta noche apareció por mi camerino el productor: “no se lo que te pasa pero si sigues así tendré que prescindir de ti.” Rompí a llorar y me confesé. Esa misma noche decidimos que lo mejor sería que me tratase el psiquiatra de la compañía. Al día siguiente fui a verlo y lo primero que me dijo fue que tenía que dejar de tener ningún tipo de contacto con ella. Escribí una terrible carta de amor donde le confesaba mis sentimientos hacia ella pero donde también le explicaba que lo mejor sería dejar de enviarnos e-mails y llamarnos, me costó mucho escribir esa carta, y más todavía dejarla caer por el buzón.
Con la ayuda del psiquiatra y con la medicación fui superándolo. Me metí de lleno en la obra y, por consejo del productor, busqué algo en lo que ocupar mi tiempo libre. Las clases de francés y el saxo me ayudaron mucho. Cuando se acabó la gira me salió otro papel en un gran musical de Broadway, donde estuvimos dos años seguidos en cartel. Después de eso no me faltó el trabajo en aquel país. Grandes superproducciones con grandes mecenas y cientos de premios.
Un día, de camino al ensayo, vi un cartel que anunciaba la obra Fuenteovejuna representada por una compañía de teatro española. Llamé al ensayo y les dije que me encontraba indispuesto. Acudí a ver aquella obra, estaba viendo teatro en castellano! de pronto nació una idea en mi cabeza. Pedí hablar con el productor de la obra y al rato se presentó ante mí una bella joven. No sé por qué fue pero me dio un pinchazo en el corazón. Me presenté y le pedí por favor que me incluyera en su espectáculo. Me daba lo mismo cualquier papel. La chica me reconoció: “no puedo pagar tu caché”. “Lo que me sobra es dinero, quiero volver a España”. Me dio un papel como habitante del pueblo de Fuenteovejuna nº16. Ese mismo día me despedí de Broadway y a la semana siguiente aterrizaba en España. Pronto empezaron a lloverme los papeles y no tuve tiempo ni para pasar por aquel barrio que me vio crecer, de todas formas ya no quedaría nada.
Terminé de arreglarme, suerte que el sombrero me taparía el golpe. Sonó el timbre, era el chófer. Cerré la puerta y llamé al ascensor. Revisé mi aspecto en el espejo. Saludé cortesmente al chófer y me indicó la puerta de atrás de un coche inglés negro. Abrí la puerta y justo cuando me metía la vi, salí del coche rápidamente pero no había nadie. Eran imaginaciones, me había parecido verla en la acera de enfrente. Pero era tan real… me senté, cerré los ojos y respiré profundamente una y otra vez. El trayecto hasta la alfombra roja duró pocos minutos, el chofer me indicó que cambiara de lado para salir por la otra puerta. Cogí aire, puse una gran sonrisa en mi cara y salí. Los flashes y la emoción, los aplausos y gritos de la gente me cegaron, subí los escalones que me llevaban ante la puerta de este gran teatro y me giré a saludar. Imbécil de mí la he buscado entre el público.
Y aquí estoy. Sentado en una butaca del teatro más hermoso que he visto en mi vida, esperando ser nombrado como mejor actor del año, también puede ser que lo mismo que me dijo a mí Jean Magêr se lo dijera a los otros nominados, entonces me tendría que guardar el discurso pero la cara de sorprendido me saldría sola. “Y el ganador es…”. No he escuchado el nombre pero todos se giran hacia mí y aplauden, me felicitan. Yo me levanto y me dirijo al escenario como en una nube. Se me escapó una lágrima.
“Gracias a todos los que han hecho posible que subiera aquí esta noche. Sólo…”. Miré hacia arriba intentado contener las lágrimas y vi justo delante de la lámpara una imagen de dos pequeños ángeles. “… Sólo quería decirte que te quiero princesa”.

Quieta ahí!! Tus labios o la vida.

Yo… me enamoré. Quién no se ha enamorado al pie de una barra? Había quedado para ir al cine y como siempre, los demás llegaban tarde, así que entré en el bar que enfrentaba para esperarlos. Busqué un taburete solitario en la barra, en el que pudiera sentarme sin tener que escuchar una conversación ajena. Normalmente me divertía hacerlo, pero hoy no quería saber nada de nadie. Y allí estaba ella, menuda y radiante, se encontraba sola bebiendo una Coca-cola, mientras jugaba con la botella de cristal. El camarero se acercó y con una sonrisa de esas que tienen que enseñar en la escuela de hostelería, pero que este chico nunca llegó a aprender, me preguntó: “qué le pongo?” Y en un gran momento de lucidez le dije “una cola”. Así ella pensaría que teníamos algo en común, pero ella no apartaba la vista de las piruetas que hacía la botella, giros sobre si misma, giros sobre un lateral de la base. A mí me parecía mágico, como si formara parte del Circo del Sol. Llevaba un vestido largo negro con unas sandalias con tacón con las que no llegaba a posar los pies en la barra del taburete y se quedaban colgando como trapecistas sin red.
El camarero me sobresaltó al traerme el refresco. Con pocos modales pero con la misma sonrisa de idiota me dijo: “tres cincuenta”. Me pareció un poco exagerado pagar casi seiscientas pesetas de las antiguas por una cola pero bien las merecía la compañía, aunque fuera a cinco metros de distancia.
Le di el dinero justo y desapareció con la misma diligencia que había venido. Miré el reloj: todavía faltaba un cuarto de hora para que mis amigos hicieran acto de presencia. Decidí que tenía que hablar con ella así que me levanté del taburete y… me volví a sentar. No sabía que decirle, me acordé que coincidíamos en gustos, quizás pudiera hablarle de la fórmula secreta de la Coca-Cola, o de mi primo que tenía una máquina que fabricaba Coca-Cola, o quizás no. Del tiempo? Dentro de un bar con el aire acondicionado a tope? Ya lo tengo: del cambio climático. Entonces entró un chico por la puerta y se dirigió a ella. La chica levantó la cabeza y lo miró. En ese momento el corazón se me puso del revés pero el chico pasó por detrás de ella y fue a sentarse en una mesa llena de chicas, que suerte! Ella lo había mirado al entrar, también se habría fijado en mí cuando entré? El tiempo se agotaba y tenía que decirle algo, sin pretensiones, me levantaría, me presentaría y sería totalmente sincero: “te he visto desde la otra parte de la barra y me he enamorado”. Respiré profundamente, me levanté decidido y fui cara a ella, cuanto más me acercaba más guapa me parecía. Ella levantó la cara y me miró y con todo el coraje que pude reunir le dije: “perdona, tienes fuego?”. Noté una mueca extraña en su rostro. “Lo siento, no fumo”. “Da igual, yo tampoco”. Los dos metros que me separaban de la puerta se convirtieron en el corredor de la muerte más largo que había visto jamás en ninguna película y en mi cabeza sólo se oía una voz que repetía “imbécil”. Salí a la calle y a lo lejos vi a mis amigos que venían hablando tranquilamente y me sentí como mi guitarra española, esperando en una esquina, sin nadie que la toque.

En fase de enamoramiento.


Mi hermana me presentó ayer a su novio.Comimos en un centro comercial, después jugamos una partida de bolos y acompañamos a mi hermana a que se comprara un vestido. Se le ve un chico majo, simpático. Estuvimos hablando de muchas cosas y aunque al principio parecía un poco cohibido después se lanzó.
Ahora, ya en mi cama, mientras hacía censo de gotelé empecé a pensar en la pareja, se les notaba enamorados. Ahora estaban en esa fase en la se llaman por diminutivos y se comparan con cosas absurdas que en su sano juicio harían avergonzarse a cualquiera. Se prometerán amor eterno cada diez minutos y se escribirán cartas de amor. Tiempo después empezarán a echar en falta las salidas con sus amigos y también las cartas de amor, será entonces cuando comiencen los reproches, las distancias y la necesidad de su espacio vital, necesitarán tiempo para saber que hacer con sus vidas, y se lo darán, se mentirán y dirán que es mejor así, que no quieren hacerse daño. En este momento puede que ocurran dos cosas: que vuelvan alargando así la agonía del dragón que enfurece porque tiene una espada clavada en el pecho, o puede que definitivamente se separen sus caminos sumergiendo sus vidas en frascos llenos de tristeza sin tiempo definido, sobretodo ella. Ya se sabe que las mujeres son las que más sufren en estos casos, además, esta vez él sería el culpable de que mi hermana se pasara largas tardes de domingo en su cuarto sin consuelo ninguno hasta que, pasados unos meses, sus amigas le convencieran que ese chico "no le convenía" y que "hay más peces en el mar". Así que he decidido odiar a mi cuñado desde hoy mismo, nunca le perdonaré lo que le ha hecho sufrir a mi hermana.

La mala educación.


Le llamaban el hombre estatua del centro comercial. Lo llamaban así porque se pasaba los días enteros apoyado en la barandilla de la escalera del piso superior. El hombre llegaba al centro comercial andando, nunca después de un cuarto de ora desde que el vigilante de seguridad accionara el motor que subía las persianas de las puertas de entrada, y lo abandonaba cinco minutos antes que el mismo guardia. Se pasaba todo el día apoyado en la misma barandilla de la misma escalera del mismo centro comercial. Sólo dejaba su lugar para comer medio sandwich vegetal y una botella de agua con gas, como siempre y vuelta al trabajo.
Los dependientes de las tiendas de moda que se encontraban alrededor de la escalera le habían cogido cariño. No sabían su nombre, pero se acercaban y le hablaban con el mismo respeto con el que él se dirigía a ellos. De él decían que era un hombre amable, simpático y bueno y con la cabeza bien amueblada, pero había una duda que les comía a todos por dentro: dónde iba los domingos cuando cerraba el centro comercial?

Cierto día rondaba por el centro comercial una familia encantadora. Padre, madre y dos encantadores niños de pelo rubio, con su ropa de ir a misa. Los progenitores decidieron sentarse a tomar café en el mismo bar donde el hombre se compraba la comida. Ellos pidieron dos capuchinos y mandaron a sus hijos a jugar, pero "no muy lejos y sin hacerse daño" los niños empezaron a jugar a pillarse, primero corriendo entre las mesas y después de una reprimenda por parte del camarero fueron a correr al rededor de la escalera. A las carreras le sucederían los gritos de los niños y más tarde las quejas de los clientes pero los padres parecían absortos del resto del mundo. La extensión de una pierna, un desgraciado tropiezo bastó para que todo cesase, las carreras, los gritos...

No todo está perdido.

Después de escuchar la noticia cerré los ojos y creí hallarme en otro tiempo. En ese tiempo donde los caballeros portaban sombreros de ala ancha y las personas defendían su honor con duelos al amanecer, porque lo más importante para una persona era su honor. Ese tiempo en el que existían códigos de honor no escritos que eran respetados por todo el mundo. Pero al abrirlos, me di cuenta que eso del honor era una cosa en desuso, algo que se presuponía y se colocaba con letras plateadas en las puertas de los despachos y que cada día, las noticias, se encargaban de confirmarlo.
Por suerte, al igual que perduran las viejas leyendas de marineros, también perduran algunos de esos antiguos códigos de honor en los que prevalece la humanidad y que hacen que unos pescadores antepongan la condición humana a estúpidas normas de países con dirigentes que tienen su nombres pateados pegados en las puertas de sus despachos.

Lectura para vuelos Valencia-Mallorca.

Cerré el libro y lo dejé en la mesita. Tumbado boca arriba y con los brazos cruzados detrás de la cabeza comencé a meditar, mas pronto decidí a quien se lo regalaría. Apagué la luz y dormí feliz.

Al día siguiente me desperté con la idea de visitar a una amiga en su trabajo para regalarle el libro que había terminado de leer la noche anterior: “Cortos cortos melancólicos”. Autor anónimo, impreso en Rumanía en 1813. Mi amiga trabajaba en una antigua librería en el centro de la ciudad, un lugar encantado. Los ocho escalones que descendían desde el portón de madera con tallados barrocos hasta el suelo de la librería parecían la entrada a otro mundo. Estanterías de madera con pies y capitoles barrocos, llenas de libros repletos de historia y polvo. Cinco jóvenes uniformadas con un peto negro se movían con soltura entre las estanterías y los montones de libros apilados en el suelo atendiendo a ávidos lectores en busca de historias épicas. Desde la altura parecía el taller de unos duendes el día antes de navidad. Desde el último escalón divisé a mi amiga, morena y bajita, algunos decían que lo que le faltaba de altura lo tenía de mala leche pero yo sabía con certeza que le sobraba corazón.
-Buenos días muchachita, mira lo que te he traído.- no pudo articular palabra, dirigió la mirada hacia la encuadernación y quedo fascinada.
-De nada.- Me sentí alagado porque con la expresión ya lo había dicho todo, salió disparada en dirección al almacén y me trajo un libro que le había encargado hace tiempo.
Me despedí de ella a los pies de la escalera, a ella aún le duraba la cara de felicidad. Me abroché la mochila y subí para volver a la realidad.

A partir de aquí me despido como personaje de esta historia, todo el protagonismo se lo cedo a ella. Yo me quedaré a tu lado como narrador de las aventuras que después acontecieron.

La joven en cuestión terminó de trabajar pero antes de salir envolvió el libro en papel de estraza y lo ató con un cordel de esparto. Cogió el metro y se dirigió a casa impaciente por empezar a leerlo, cuando llegase a casa tendría cuarenta minutos antes de empezar ha hacer la cena. Subió andando los cuatro pisos de su finca y abrió la puerta. Derrapando por el pasillo apareció su perro, un animal que no levantaba más de diez centímetros del suelo y que tenía debilidad por los zapatos nuevos. Descargo los trastos en el cuarto y dejó el libro encima de la mesa del comedor. Como si de un ritual se tratase, desató muy despacio los nudos del cordel, después desenvolvió el libro y dobló el papel de estraza para poder utilizarlo en otra ocasión. Se tumbó en el sofá y llamó al perro para que leyera con ella, le encantaba observar al perro como miraba con detenimiento las hojas y luego movía la cabeza cuando pasaba página, a veces se preguntaba si estaría leyendo de verdad.

Cuando no llevaba más de dos páginas leídas sonó un trueno y empezó a llover a mares dentro de la casa, no sabía de donde venía pero sólo podía escuchar el sonido de las gotas golpeando el suelo, la tele, la mesa de cristal… Cogió a su perro en brazos y corrió hacia la puerta de la calle, la abrió y salió al rellano, la puerta se cerró tras ella. Pero donde ella se encontraba ahora en nada se parecía a su rellano. Un infinito campo de trigo, un olivo, y el horizonte. Se dio la vuelta asustada y abrió la puerta, pero al otro lado del marco sólo había más trigo. Desconcertada miró a su perro que parecía divertido con la situación, de un salto se escapó de los brazos de su dueña y echó a correr. Y ella detrás pero se detuvo en seco, notaba algo extraño. Miro al suelo y vio que lo que antes eran unas zapatilla se deporte se habían convertido en unas babuchas grises y lo que antes era un peto negro ahora era una reluciente cota de malla, lo más raro era que del cinto le colgaba una espada de madera. No acertaba a entender lo que estaba pasando. Ya no veía a su perro, lo llamó y siguió corriendo en todas direcciones. Lo encontró delante del olivo, lo acariciaba un hombre grande, alto, con sombrero de ala ancha y abrigo hasta los pies. El hombre se levantó y dijo:
-es de vuestra merced este valiente can?- Ella se quedó callada sin saber que contestar -Noble dama, que buscáis por estos parajes?
-Estaba en mi sofá y de repente hemos aparecido aquí.
-Sofá? Que es un sofá?
-Estoy buscando mi casa.
-A mi no me puede engañar, no ha venido hasta aquí para encontrar un hogar, puede que no sepas qué estas buscando, pero no es un hogar. – y con estas palabras desapareció detrás del olivo. La noble dama fue corriendo a la otra parte del árbol pero aquel hombre ya no estaba, allí comenzaba un camino de tierra. Sintió una pequeña punzada en el pecho, cogió a su perro y empezó a caminar.

Al final del camino sólo se veía más camino, al principio caminaba deprisa y nerviosa, no entendía nada de lo que le estaba sucediendo y al ver a su perro dando vueltas entre sus piernas todavía le ponía más nerviosa. Pensó que nunca volvería a ver a su novio, a su familia, a sus amigos, pero en vez de entristecerla estos pensamientos le daban más ánimos y le hacían andar más rápido con la esperanza de encontrar algo o alguien que le enseñara como volver a casa.

La noche caía y sólo había camino y algún que otro árbol. Como estaba exhausta decidió andar hasta el siguiente árbol y parar a descansar resguardada por el ramaje. A los cinco minutos divisó un árbol gigante, era un sauce llorón, se metió entre las ramas y allí, casi de forma mágica, encontró un hilo de agua que nacía entre dos rocas. Se arrodilló a beber y aquella agua le pareció el agua más fresca que había bebido nunca. Encontró un lugar al pie del árbol desde el que se podía ver el cielo a través de las ramas. Se tumbó boca arriba y se durmió contando estrellas.

Los rayos de sol que se colaban entre las ramas y el bullicio de la gente la despertó. Se desperezó y colocó su espada al cinto, pero no encontró a su perro, removió todas las ramas para buscarlo, cada vez las movía con más fuerza. Puede ser que esto le hiciera cosquillas, el caso es que el árbol la estornudó lanzándola al medio del camino. Se levantó de inmediato y con un tono de recriminación dijo: - Salud- pero nadie contestó. El perro estaba con un grupo de niños que jugaban al balón. Fue entonces cuando dejó de de intentar entender nada. Hombres y mujeres recorrían el camino en ambos sentidos, la mayoría andando pero muchos otros en carro o en bicicleta, y ayer estaba totalmente desierto. Se acercó al grupo de niños que jugaban con su perro y le preguntó a uno: -Perdona, a donde va hoy tanta gente? El niño no sabía que responder, sólo ponía caras, a ver cual más rara.
-Este camino ayer estaba desierto.- Al niño le cambió la expresión y se hecho a reír.
-Esto es el otro lado del árbol, ayer estarías en el camino del todo, ese camino es para las personas que no buscan nada o no saben que buscar. Mira, esa mujer va a por pan, y aquel anciano va a recoger su bicicleta al taller.-
-Y tu que estás buscando?-
-Yo buscaba a mis amigos ahora que los he encontrado jugaremos un rato.-
-Y tu sabes cómo puedo volver a mi casa?-
El niño puso una expresión de estupefacción. –De verdad estás buscando cómo ir a casa? Si de verdad estás buscando eso sólo con pensarlo lo encontrarás. Si sigues el camino recto llegarás a la oficina de información, allí habrá quien pueda ayudarte.- Agradeció la conversación y llamó a su perro. Pensó que lo mejor sería buscar ayuda, así que se dirigió hacia donde el chico le había señalado.

Por el camino se entretenía observando a la gente, pero no tenían nada de extraño y tampoco la miraban a ella como si fuese un bicho raro. Aunque nadie se conocía, todo el mundo se saludaba “Buenos días” decía un hombre, “mejores tenga usted” le contestaba otro que venía de frente. Algo empezó a destacar en el horizonte, al principio no se lo podía creer pero cuando estuvo más cerca, el cartel luminoso que indicaba con enormes letras: “CIRCO” no dejaba lugar a dudas. Una carpa inmensa roja y blanca se levantaba ante ella. Le encantaba el circo, sobre todo los payasos, desde niña era la primera en comprar las entradas cuando el circo llegaba a su ciudad, y el día que el circo sacaba su espectáculo a la calle… ese día no había escuela para ella. Por un momento estuvo tentada de entrar, pero más que ver el circo, lo que de verdad quería era volver a su casa así que siguió su camino. Bueno, lo intentó, porque una vez pasado el arco que indicaba la entrada al circo una punzada en el pecho le hizo pararse y retorcerse de dolor. Cuando el dolor cesó pensó que por cinco minutos que se detuviera no iba a pasar nada.

Era un circo con un suave aroma a lavada, no tenía el aroma característico que dejaban los animales, quizá porque carecía de ellos. Siguió la alfombra roja que empezaba justo debajo del arco hasta el borde de la pista. En el interior de la carpa parecía que el mundo se hubiese detenido. Los trapecistas estaban congelados justo en el momento en el que pasaban de un trapecio a otro. El funambulista parecía una estatua en medio del cielo, el forzudo mantenía sobre su cabeza un coche con una familia al completo en su interior, pero lo que más le llamó la atención fue que todo el público fuera maquillado de payaso. En ese momento, un hombre bajito, no debía de medir más de un metro treinta, con un frac sombrero de copa y un finísimo pero largo bigote apareció en escena. Buscaba algo en el suelo, y a final lo encontró. Era una cruz pequeña pintada en el suelo, parecía una señal como la que utilizan los actores de teatro para saber cual es su posición en el escenario. Se colocó encima y… y en ese momento nuestra protagonista estornudó.
-Quien anda ahí? El hombre se había asustado y miraba por todos lados.
-La pobre chica se había escondido instintivamente. Soy yo…- Dijo tímidamente a la vez que salía de su escondite
-Nunca te han enseñado que no se puede pasar una vez ha empezado la función? El hombre bajito parecía muy enfadado. Se dirigió a ella y cogiéndola fuertemente del brazo la llevó hacia la puerta opuesta por la que ella había entrado. Pero nuestra amiga se zafó y muy enfadada le reprocho que la tratara así de mal:
-Quien es usted? Porqué todos están inmóviles? Usted les ha hecho esto?- Pero el hombre no contestó.
-Por que les ha hecho esto?- y el extraño hombre le contestó con otra pregunta.
-Y por que no?- ella se quedó callada sin saber que responder. El enfado le subía por todo el cuerpo pero sólo porque no podía contestar a eso.- Además tú no deberías estar aquí?
Le quiso decir que ya lo sabía, que tenía razón, pero de todas formas no le iba a creer, así que le preguntó algo con la mayor sinceridad que pudo.
-Estoy buscando algo pero no se…- Le cortó de inmediato diciéndole:
- Ahora no puedo atenderte, la oficina de búsquedas perdidas está detrás de esa cortina, adiós.- Se volvió a colocar encima de la cruz y con un movimiento de muñecas todo el circo volvió a cobrar vida, la gente reía, el funambulista consiguió pasar al otro lado y los trapecistas realizaron un perfecto salto mortal. Decidió seguir su camino y abrió las cortinas de la puerta, al otro lado le esperaba su perro sentado y moviendo el rabo.

Una vez estuvo al otro lado, levantó la vista y vio una senda que se convertía en un angosto camino hasta llegar al la cima de una montaña oscura donde se encontraba un castillo medieval con su nube de relámpagos y su dragón. Se dijo que eso no era para ella, que buscaría otro sitio donde preguntar y se giró para pasar otra vez por el circo pero en ese momento le sobrevino un pinchazo en el pecho más fuerte que el anterior. Así que se armó de valor y echándose la mano al cinto para notar que aún llevaba la espada empezó a andar en dirección al castillo. Pasó entre árboles con formas que asustarían a cualquier caballero de brillante armadura. Sólo se oía el silbido del viento que pasaba entre las ramas haciéndolas crujir de vez en cuando. Y de vez en cuando un búho se dejaba ver mostrando una mueca que bien podría recordar una sonrisa, como la de los villanos de los cómics. Ella miraba al frente y sólo pensaba en su casa y en las ganas que tenía de tumbarse en el sofá de donde había salido.

A veces se quedaba observando a su perro que entraba y salía del bosque al camino, como si no temiese nada, como si toda esta aventura no fuese con él. El camino había llegado a su fin y se encontraba delante del foso que le separaba de la puerta del castillo. Primero buscó un timbre pero de inmediato se avergonzó –donde se ha visto un castillo con timbre- así que empezó a guitar:
-Hay alguien ahí? Me escucha alguien? Abran la puerta!!! - pero nadie le contestó y más por desesperación que por otra cosa comenzó a bromear: -Ábrete Sésamo!!! - Pero nada – A del castillo!!! De pronto se escuchó un ruido de engranajes y la puerta comenzó a bajar. Donde ella se encontraba parecía que el castillo estuviese vacío, pero al acercarse descubrió que no había nadie. Nadie humano, porque en lo alto de la torre del Homenaje había un enorme dragón, de esos verdes con alas y que tiran fuego por la boca. El dragón estaba vigilando el puente que daba acceso al último torreón. Todo parecía sacado de un cuento de hadas y pensó que en el interior del torreón se encontraría una princesa con un padre codicioso y malvado. Miró la puerta y se acordó de los pinchazos que le había dado anteriormente en el pecho, así que se rindió a su destino y subió las escaleras hasta el último piso de la torre. Sólo una puerta le separaba del dragón. Agarró el pomo con la mano y se quedó pensativa, dio un paso atrás. Todos los lugares que había visitado hasta ahora le habían resultado extraños por algún motivo, pero este le daba realmente miedo, ahora temía por su vida. El miedo le invadió como una nube gris, no pudo contener sus emociones y cayó al suelo y rompió a lloran con la cabeza entre sus piernas. Hacía tiempo que no se acordaba de sus seres queridos y entre sollozos empezó a llamar a su novio, necesitaba abrazarlo, sentir el calor de alguien y notar el latido de un corazón que latiera con más calma que el suyo. De pronto la habitación se iluminó, la luz le cegó pero de inmediato empezó a sentir ese calor que demandaba y de la misma nada que había aparecido la luz, se escuchó: - Por que vas a tener miedo alaba, si sabes que siempre estoy a tu lado.- Se levantó como un resorte y se dio cuanta que tenía el corazón cálido y sereno, las dudas que atormentaban su cabeza desaparecieron como la niebla con el sol del mediodía y decidida abrió la puerta. Delante de sí sólo tenía una arcada de piedra que daba a un estrecho corredor donde ya no había dragón. Andó hasta el medio de la pasarela y oteó el cielo buscando el enorme animal pero no encontró rastro alguno. Entonces se acordó de la pobre princesa encerrada y corrió a salvarla, pero no se sorprendió al abrir la puerta y no verla, era lógico, si no había dragón, que tampoco hubiese princesa. En su lugar se encontraba un espejo de extraordinaria belleza, se acercó como hipnotizada, el espejo estaba enmarcado en mármol tallado con unas formas de flores de loto. Entonces le vino a la memoria ese espejo, lo había visto en algún sitio. Puede que lo viera en la librería mientras ojeaba algún libro sobre budismo, si, eso era, se acordaba de haber visto el espejo en una fotografía de un templo budista, se acordaba incluso del pie de foto: “La flor de loto, en la cultura budista, representa la perfección de la mujer”. Se acercó al espejo con miedo, pero la curiosidad la llevó a colocarse delante. No pasó nada, sólo se veía su propio reflejo. La imagen le resultó graciosa, pues era la primera vez que se veía con la cota de malla y la espada de madera al cinto. La sucesión de actos le hizo seguir pensando en cuentos de hadas, así que dijo con voz potente: “Espejito espejito, quien es la más guapa del reino?” pero sólo el silencio le contestó. Repasó mentalmente todas la películas de princesas que había visto y todos los cuentos de hadas que había leído de pequeña o que habían pasado por sus manos en la librería. Cogió entonces la espada con la mano temblorosa y acercó la punta al espejo esperando entrar en una tercera dimensión, pero nada. Repaso toda la habitación de arriba abajo y le dio mil vueltas al espejo pero no conseguía entender nada. Cansada y con un fuerte dolor de cabeza se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la pared, recordó lo bien que le sentaba un café en estos casos y lo que daría por tomar uno tal y como se lo servían en la cafetería de al lado de su trabajo cuando salían a merendar. Recordó también a su compañera y la manía que tenía por coleccionarse los sobres de azúcar donde iban frases célebres en el dorso. A ella la que más le gustaba era: quien no entiende una mirada tampoco entiende una larga explicación” y la de su amiga que era: “una mesa no es más que una mesa, pero siempre puede ser lo que tu quieras”. Entonces, como iluminada por Buda se colocó de pie frente a su esperanza, cerró los ojos con fuerza y pensó en su casa, su novio su… su perro había aparecido en escena correteando entre sus piernas y moviendo el rabo. Apoyó con suma delicadeza su mano en el espejo y empujó. El espejo se abrió. Ella sonrió con la certeza de haber encontrado lo que buscaba. Quizá fuera su sofá, quizá su televisión, pero yo creo que no. Fuera lo que fuese no la hizo mejor persona, pero desde entonces, cada vez que nos vemos, puedo sentir retazos de la espada, del dragón y de esa extraña luz en su interior.

Viento de poniente.

A Miguelito le gustaba tumbarse en la hierba y ver pasar las nubes, jugar a espadachines con su sombra y montar figuras imposibles con el Tente. Pero lo que más le gustaba últimamente era pasear con su paraguas.

Miguelito tenía ocho años y desde hacía casi uno llevaba siempre consigo un paraguas. Lo llevaba abierto cuando estudiaba en la escuela, cerrado mientras hacía gimnasia, abierto cuando jugaba al futbol y cerrado mientras comía. Eso le había acarreado algún que otro problema, una vez visitó el despacho, recien reformado, del director cuando intentando hacerle un caño al defensa contrario, le inserto una varilla del paraguas en todo el ojo. Además, en clase lo mandaron a la última fila porque con el paraguas abierto no dejaba ver la pizarra a los demás.

Pronto llegaron los insultos, sus compañeros le decían de todo y los profesores lo tomaban por tonto, además se unía la curiosidad que hacía mucho que no llovía y el paraguas de Miguelito nunca se había mojado, bueno si, cuando se duchaba. Pero no había persona ni insulto en el mundo que consiguiera quitarle la sonrisa de la cara ni el paraguas de la mano.

Cierto día, la clase de Miguelito fué de excursión a la montaña para observar a las aves. Abierto en el autobús, cerrado por el monte. De pronto un nubarrón gris feo comenzó a cubrir toda la montaña y como si el trueno fuese el pistoletazo de salida comenzó a llover todo lo que no había llovido. Todos miraron a Miguelito esperando que abriera su paraguas para ir corriendo a resguardarse debajo pero no lo hizo. La profesora, completamente empapada fue hacia Miguelito y le preguntó: "No piensas abrir el paraguas?"

"Para una vez que llueve, me voy a esconder?"

En el nombre de Dios

De él decían que pintaba como los ángeles. De ella no decían mucho, unos porque poco sabían y otros porque de tanto saber no querían que la gente pensara “cosas que no eran”. El azar, el destino o la casualidad –llámenlo como quieran- les empujó a encontrarse aquella mañana en el puerto, y nunca mejor dicho porque ella calló a su paso después que el dueño de una taberna la echase fuera recriminándole actitudes deshonestas para con su clientela. Pablo, muy cortés, le ayudó a levantarse y se ofreció a acompañarla hasta el muelle para que limpiase con agua de mar las rozaduras que se había hecho en el codo al caer. Ella le sonrió y aceptó de buen grado el ofrecimiento. Cuando llegaron al muelle ella se sentó en un montón de cabos y le lanzó una mirada coqueta que le acercó de lleno en la cabeza. Pablo volvió a su lado con su pañuelo mojado en agua y le limpió el brazo con extremo cuidado, soplándole cuando él creía ver en su cara una pequeña expresión de escozor. Pablo se presentó y le preguntó su nombre. María. A ella le vino la prisa de repente y salió disparada como si fueran a dar las doce.

Al día siguiente, Pablo no pudo pintar más que curvas sin sentido, curvas que se entrelazaban, se unían, y se separaban para luego mezclarse. Por la tarde había quedado en verse con tres amigasen el corral de San Juan. Quevedo estrenaba obra, y allí que se fue. De camino al corral el azar, de nuevo, se cruzó en su camino y tal vez también en el de María. El pintor sonrió y besó la mano de la dama que le robaba el sueño. Pasearon, hablaron de lo humano y lo divino y faltó a su cita.

A la semana siguiente ella ya posaba para él, y él compartía algo más que su jubón con ella. María era la inspiración que pablo había estado esperando, su musa. Con ella a su lado entraba en un estado de monomanía que le hacía pintar las escenas más realistas que nunca hubiese visto esa ciudad. Los encargos llegaban de todos los lugares del reino. Y cada día, su relación iba subiendo un peldaño más.

Una gris tarde de verano, mientras la pareja paseaba por la Albereda, un carruaje se detuvo a su paso, de él bajó un hombre vestido de negro con un sombrero de ala ancha de medio lado. Se presentó como el ayudante del cardenal e invitó a pablo a subir al carruaje. Un hombre de la guardia real bajó para cederle el asiento. Pablo accedió a subir, -que otra opción tenía?- la pareja se intercambió una rápida mirada de preocupación. En el interior del carruaje se encontró con el cardenal, fue entonces cuando Pablo temió por su vida.

Cuando bajó del carruaje le temblaban las piernas y María rompió en llanto. Pablo se le acercó corriendo y la abrazó con fuerza. “Soy el encargado de pintar la cúpula de la nueva catedral” Ahora a la que le temblaban as piernas era a ella.

Diez años más tarde, una vez terminada la catedral, Pablo se encerró en su interior para pintar un cielo lleno de ángeles, tan vivos que cantarían misa y llorarían en los entierros. Sólo María entraba de vez en cuando para llevarle comida. Pero Pablo estaba tan absorto en su trabajo que la mayoría de las veces se olvidaba de comer.
Por fin termino su obra y la primera persona en verlo fue María. Entró con ilusión, miró al cielo y le sobrevino una sensación terrible de vértigo y miedo. Era tan real la pintura que empezó a llorar y a temblar sin saber por qué. Creía oír el sonido de las trompetas, el crepitar de las estrellas en el cielo y una docena de querubines llamándola entre risas y juegos. Pablo se acercó a ella y la sostuvo mientras intentaba que parase de llorar, le secó las lágrimas y le dijo “Anda, haz que avisen al cardenal.” Al momento apareció el cardenal, se quedó mudo por la belleza de la obra, a él también le temblaban las piernas, pero pronto se percató que todas las figuras que aparecían llevaban los sexos al descubierto. El cardenal montó en cólera y maldijo al pintor. Le exigió que tapara esa obscenidad, pero Pablo se negó, dijo que era así como Dios le había dicho que los tenía que pintar. El cardenal zanjo la discusión con una amenaza: si en una semana no estaba arreglada tal afrenta sería excomulgado.

Pasó la semana y el Cardenal acudió a la casa del pintor con dos soldados de la guardia real. Le preguntó su postura “por última vez”, pero pablo había dejado muy clara su postura. Entonces… todo ocurrió muy deprisa, un guardia desenvainó la espada y atravesó el pecho de María con la hoja, el otro guardia se llevó a Pablo y no le dio tiempo ni de ver caer a María. Le subieron en el mismo carruaje donde se sentó aquella gris tarde y se dirigieron a la catedral para obligarle a hacer aquello a lo que se había negado.

Abrieron las puertas de la catedral y encontraron todo el suelo lleno de plumas, cual sería la sorpresa de todos los allí presentes cuando, al mirar al techo descubrieron que a los ángeles se les habían caído las alas.

Paranoias ancestrales cuando la niña está imantada y el chico tiene el corazón de latón y otros metales.

La niña era preciosa pero tenía una fuerza poderosa.
Cuando estaba en la escuela ningún niño quería acercarse a ella.
Sus padres la querían con locura pero no se acercaban a ella sin su armadura.
Y es que en su fuerza estaban todos sus males, pues estaba imantada y a ella se le pegaban todos los metales.
Cuanto más crecía más sola se sentía, ya no jugaba ni con su amiga Lucía.
Y fue caminando por la playa un día cuando le vino por fin toda la alegría.
Él también era guapo y triste, se llamabá Ramón y de pequeño le camciaron el corazón por uno de latón.
Ramón salió volando a toda pastilla y en el viaje se encontro hasta una sombrilla.
Los dos quedaron pegados corazón con corazón.
Ella pensó: no será esto lo que estaba esperando?. Él simplemente la besó.

Amores...

No me di cuenta de lo que había pasado hasta que mi abuelo, con la cara llena de lágrimas, me dio un abrazo con menos fuerza de lo que me tenía aconstumbrada. Entonces rompí a llorar, le cogí la mano a mi padre y la apreté con fuerza. Desde allí abajo tiré de la manga de mi padre para que me hiciera caso y entre pésames y condolencias le dije al oido: " quiero que me quieras tanto, como a mamá".

18//04//2007 Dos días después de la trágica muerte de su madre, la niña A.M.D de tan solo nueve años de edad ha aparecido brutalmente asesinada en el descampado que enfrenta a su domicilio. La policía cree...


El escritor se dio cuenta una mañana de mayo de que estaba embarazado. Yo intenté no reirme pero no pude ocultar una leve sonrisa. Él maldijo utilizando una de esas expresiones que tanto le gustaba poner en boca de sus personajes. “Perdona, es que esta vez ha resultado un tanto cómico.” Se levantó furiosoy fijó la mirada en la calle a través de la ventana. Sin apartar la mirada de no se donde me dijo: “Nunca más podré volver a futbolín”; “¿escribir?”. Asintió y se dirigió a la cocina. Yo me derrumbé. Aún no conoce el diagnóstico del neurólogo, la embolia le produjo una afasia parcial, un daño cerebral irreparable, es injusto que la carrera de un escritor tan grande termine de esta manera.

Dejadme ser feliz

En el barrio decían que Vincen era un niño negro, pero la verdad es que Vincen era rubio y muy blanco de piel. Vivía en una casa de dos pisos con sus padres y su abuelo. No tenía mascota porque las que le gustaban a él le horrorizaban a su madre. Nunca se metía con nadie, le encantaba jugar en el parque, eso sí, solo, no porque él lo quisiera así si no porque los demás niños no querían acercarse a él.
Sus padres estaban muy preocupados, incluso lo habían llevado a un psicólogo de pago, pero su abuelo sabía que Vincen era, probablemente, uno de los niños más felices de la tierra.
Una tarde de sábado jugando en el parque Vincen vio un gato de ojos saltones, el pobre parecía abandonado, enseguida pensó en pedirle a su madre que se lo dejara llevar a casa. Se imaginaba lo felices que serían los dos juntos, "mamá, te prometo que lo cuidaré, yo le daré de comer, yo cazare todo lo que necesite." Y soñaba con grandes aventuras:" Yo lo sacaré a pasear todas las noches por los tejados del barrio." La sonrisa cada vez se le hacía más amplia. Corriendo hacia su madre ya podía notar el tacto del pelo al acariciarlo.
Tropezó con su madre: " Mamá, mamá, he encontrado un gato precioso. Me lo puedo quedar? Por favor, por favor!!" La madre nunca había visto a su hijo así de emocionado, y además quería un gato, una mascota como la cualquier otro niño. Todo el dinero gastado en el psicólogo empezaba a dar sus frutos.. La madre cogió al niño en brazos, lo estrujó y lo besó mil veces. "Claro que si, Dónde está?" Lo dejó en el suelo y vincent salió como una hexalación y su madre detrás.
Llegaron al sitio adonde lo había encontrado, "míralo, a que es el gato más guapo del mundo?" La madre cayó redonda al suelo. Puede que se desmayara de la emoción , o quizás de la extraña apariencia del gato, o por su extrema delgaldez o a caso lo hiciera por la distancia que separaban los ojos de la cara.

Nacionalidades


Tuvo un pasado difícil. Huerfano a los trece años, pasó el resto de su infancia a cargo de sus tíos paternos. Pronto creció y fue en busca de una vida mejor. Encontro trabajo de panadero en un pequeño horno de barrio, y fue allí donde encontró a la que sería la mujer de su vida.
Eran la pareja perfecta. Los mayores sonreían al verlos pasear. Ella recogía flores para él y él le escribía poemas que ella no entendía, pero respondía con profundos suspiros y con alguna lágrima se él le ponía mucho énfasis en la declamación.
Estalló una guerra civil en el pais, pero ellos seguían queriéndose infinito, tan enamorados que decidieron casarse. El que tenía que ser el dia más feliz de sus vidas acabó en un asesinato. Una guerrilla entro en la iglesia y disparó a discrección matando a más de la mitad de los presentes. Ella interpuso su cuerpo al de su amor. El ejercito nacional lo envió a él como refugiado a un país vecino donde la pena lu fue matando por dentro.
Días después, la ONU salió del país y cerró sus fronteras impidiendo la vuelta a todo aquel que había salido, separando familias y alimentando nostalgias. Él vagó por aquel nuevo pais que no era el suyo sin poder ir a ningún lado puesto que no tenía una nacionalidad válida.
Un día, leiendo en la biblioteca descubrió la slución. Acudiría a la Unión Europea y solicitaría un pasaporte de Paria, un pasaporte en el que pondría que era ciudadadno de europa. Y así lo hizo, lo solicitó y le fue concedido.
Hoy es el gran día. Hoy recogerá el pasaporte que le acreditará como ciudadano europeo. Se ha levantado temprano para prepararlo todo. Vestido con su mejor traje ha comprado tres metros de la cuerda más suave que ha podido encontrar y también un taburete de playa. Ha entrado en el majestuoso edificio y ha salido con una enorme sonrisa y un pasaporte en la mano. Dando un paseo se ha ido al parque cercano. Ha elegido un árbol y se ha ahorcado.

Nada es lo que parece.

Le despertó la luz del sol. Pensó que se le había olvidado, otra vez, bajar la persiana antes de acostarse. Se hizo el remolón un rato más pero la luz del sol se le antojaba ya insoportable. Giró el cuerpo y se puso boca-arriba, intentó abrir los ojos poco a poco pero no pudo, decidió darse la vuelta para que el sol no le incidiera directamente al rostro. Tras un par de minutos comenzó a ver algo y lo que vio le dejó un poco desconcertado; en el suelo había una especie de niebla y todo a su alrededor era azul. Cinco minutos más tarde ya podía abrir los ojos con normalidad, pero seguía viendo lo mismo, azul. Se puso en pié y dio dos pasos apresurados, pero dos, no más. Estaba al borde de algo, no era un acantilado pero sabía que ahí se acababa. Miró hacia abajo y vio montañas y poblados, igual que los vería un pájaro. Riéndose de sus propias conclusiones se dio cuenta que estaba en una nube, pequeña todo sea dicho. Intentó recordar como había llegado hasta allí pero no lo consiguió.Le daba igual, la vista era preciosa, la sensación increíble, nunca mejor dicho, estaba como Dios.
Ilusionado como un niño el día de su cumpleaños, se puso a gatas en el borde de la nube y disfrutó de su viaje. No sabía por donde estaba pero vio praderas, campos de fútbol, castillos, ciudades, mares y ríos.
Al tiempo de estar ahí se dio cuenta que se aburría, no podía comentar con nadie lo que estaba viendo. Tenía hambre y mucha sed y no parecía haber nada con lo que poder alimentarse. Así que sin pensárselo mucho se acercó al borde, cerró los ojos y se dejó caer.

En estos días... me llena de orgullo y satisfacción...


Gracias a todos los que por afinidad o por casualidad entráis a este blog.
Hoy creo que no podría haber recibido mejor alegría. El artículo de opinión que mande a la revista Magazin ha sido publicado. No ha sido el artículo destacado y por lo tanto no me he llevado la pluma Mont Blanc pero aún así ha sido una gran alegría.
Pediros perdón por tener abandonado el blog desde hace unos días pero estamos en Fallas y aunque trabajo poco, me quitan mucho tiempo.
Sólo deciros que mi libreta está llena de letras esperando pasar a la pantalla del ordenador, mi cabeza llena de historias sueños y anhelos que pronto pasarán a formar parte de esa libreta y mi corazón está pasando por una fase de sentimientos encontrados así que esto promete mas cortos y paranoias.
Gracias por seguir perdiendo un poco de vuestro tiempo con mis palabras, y por favor, no dejéis de experimentar conmigo.
Paranoias ancestrales para chicas de altos vuelos.

Reescribamos la historia.


Eran tiempos difíciles y sin embargo él caminaba por el mundo como lo había hecho desde el momento en que dejó su tierra natal. Corría la primera luna de Marzo de 1237, el viento era portador de un ligero aroma de tensión, pero él continuaba parando en cada aldea para hablar con los ancianos y contar hermosas historias inventadas a los niños. Agradecía la hospitalidad que le ofrecían las gentes con consejos sobre el campo, el ganado o la salud, y según contaban algunos, en ocasiones obraba milagros para casos extremos. Estas acciones le habían dado fama en toda la península. De él se decía de todo: que aparecía y desaparecía de repente que medía dos metros, o que incluso tenía el don de cambiar de aspecto a su antojo. Lo cierto es que era un hombre de unos treinta años, de origen árabe con una fuerte mirada oscura que ofrecía luz y color a todos los que se asomaban a ella. De complexión delgada, siempre vestía una chilaba marrón y unas sandalias del color del camino, y al cinto llevaba una pequeña daga que utilizaba para recoger plantas y hierbas.

En una playa de Levante, un joven Maestre de una orden militar descansaba la mirada en el horizonte, malvas y naranjas mecían su vista. Silencioso se le acercó un soldado. “Gran Maestre, el mago ha llegado a la ciudad.” “Traédmelo.” Esa misma tarde, el trotamundos con las sandalias llenas de polvo fue detenido a las puertas de Serranos y conducido en presencia del Gran Maestre. “Bien se que conoces nuestros planes. Dentro de poco entraremos en guerra con el pueblo mudéjar y me han dicho que tu conoces los secretos de la alquimia.” El trotamundos sabía que no se lo estaba pidiendo por favor así que se dedicó a escuchar. “Necesito una pócima que proporcione a mis hombres toda la valentía que sea posible.” El trotamundos meditó durante un minuto y contestó. “Es fácil lo que me estás pidiendo, pero puede que no quieras que tus hombres sean tan valientes.” El Gran Maestre y sus hombres se echaron a reír. “Puede pero asumiré el riesgo” y sin poder contener la risa le ordenó a dos de sus hombres que le ayudaran en todo lo que necesitaran y que lo dejaran libre una vez hubiera terminado la poción. Y así lo hicieron, le proporcionaron hierbas, recipientes y una cocina donde prepararlo todo, cuando la luna asomó por encima de la muralla todo estaba listo, así que los guardias dejaron al hombre en libertad.

A esas horas dormía al-Azraq, caudillo de las tropas mudéjar apostadas en el oeste del mediterráneo. Era demasiado joven para tener ese título, pero sus acciones le habían hecho ganarse el respeto de todo aquel que había desconfiado en un principio. Un soldado de su guardia personal entro como una exhalación en sus aposentos. “Lo han soltado, lo han soltado”. El caudillo se despertó desorientado. “Rápido, llevadme con el”. Encontraron al trotamundos admirando la ciudad como un niño que descubre la inmensidad del mar por primera vez. Lo invitaron a sus aposentos, le escucharon atentos mientras contaba historias de animales fantásticos que echaban fuego por la boca, y le ofrecieron comida bebida y un lugar donde dormir. A la mañana siguiente el Caudillo fue a ofrecerle el desayuno y el trotamundos notó un reflejo distinto en su mirada. El caudillo le dijo “Necesito…” E interrumpiéndole “Si, si, ya se lo que necesitas””Pero tengo que avisarte que puede que no te guste lo que les ocurra a tus hombres” “Yo también la tomaré, de ese modo todo lo que le pase a mis hombres también me pasará a mi.” El caudillo le proporcionó todo lo necesario y el trotamundos se fue después de terminar la poción.

Llegó el día. Los dos ejércitos se encontraban eufóricos, sabiéndose en poder de la pócima de la valentía. Una corneta dio la orden de atacar, un cuerno le contestó. Todos los soldados tomaron su parte de poción y desenvainando las espadas salieron a encontrarse en el llano. Todos notaban como la pócima les hacía efecto y cada vez corrían más rápido, pero cuando llegaron a encontrarse ocurrió algo totalmente inesperado.
Se sentían tan valientes, tan seguros de si mismos, que se atrevieron a olvidarse de todo lo establecido, se olvidaron de rencores, se atrevieron a perdonar, tuvieron valor de detener la barbarie que estaban a punto de cometer. Se atrevieron a ser valientes. Y ese valor les llevó a realizar un gesto lleno de sentimiento y significado. Hicieron una gran hoguera donde arrojaron todas las banderas, pendones y enseñas, y gastaron la pólvora al aire, sin munición, con júbilo.

Juntos crearon una nueva ciudad donde todos convivían, la llamaron Valentía y desde entonces, cada diecinueve de Marzo conmemoran aquel gran encuentro con fiesta fuego y pólvora.

Comentario de Opinión

Este texto que os presento más abajo lo he enviado a la revista dominical Magazine que se entrega junto col el diario Levante. El citado texto es en respuesta a un artículo publicado el día 25 de Febrero en la página 25. Para los que no puedan acceder a dicho artículo les indico que trata sobre un nuevo libro que ha escrito una exparlamentaria holandesa llamada Ayaan Hirsi Ali.


Se me encoge el corazón al leer historias como la de esta chica, mutilada en Somalia a los cinco años, sometida a un pueblo y a una religión que trata a las mujeres como esclavas, maltratada por su propia familia castigándola físicamente hasta fracturarle el cráneo. Una luchadora nata que se enfrenta a la sumisión de las mujeres en el Islam, que es capaz de hacerlo contra viento y marea.
Lo que no termino de entender es por que ondea la bandera esa de barras y estrellas y lamenta que el ejercito de los EE.UU. no se hubiese quedado en Somalia y Afganistán, incluso con un ejercito mayor. Puede que la infibulación sea un acto cruel, pero que en cambio las torturas realizadas por los soldados americanos, las violaciones las matanzas a familias, las humillaciones y los disparos sin preguntar sólo sean daños colaterales por el bien de la humanidad.
También me sorprende la poca fe que tiene en la buena voluntad de su pueblo y en el poder de cambio interno, que necesita de la ayuda de ejércitos externos para darle esperanza al pueblo somalí.
Quizás la solución esté los EE.UU., pueblo de grandes oportunidades y grandes libertades, o en los ejércitos internacionales con gran aporte de caballería y armamento ligero. No sé... Una vez escuché “Tristes guerras si no es amor la empresa.......... Tristes armas si no son las palabras” quizá quien lo dijo estuviera equivocado o simplemente no respiró el verdadero aire de libertad.

Inspiración

Hace ya tiempo que se que eres una puta, que te vas con el primero que te llama. Pero ahora mismo no me importa. Déjame que te acaricie, déjame que reparta mis besos por tu cuerpo mientras tu me susurras cosas inconfesables en mi oído. Después posa para mi. Hoy no quiero dormir, se que cuando despierte ya no estarás a mi lado y mi cama se queda helada. Cuando te volveré a ver? Me llamarás da igual, dejémonos de miedos que lo importante es que estés aquí, voy a penetrar en ti toda la noche, inventaremos posturas, repetiremos las que ya sabemos. Y es que tengo razones, razones de sobra para desearte con tanta locura, pues fuiste tu la que me dio a probar ese pedazo de felicidad. y tumbado a tus pies me confieso enganchado a ti, adicto a tu perfume, y me duermo. Cierro los ojos fuertemente esperando a que en otro momento vuelvas a acordarte de mi.

Cuantos trenes pasan en la vida?




Salió a la calle a pasear. Cerró la puerta tras de si y apretó el botón del mando a distancia que accionaba el cerrojo de la puerta blindada. Se sabía las distancias de memoria, desde su puerta hasta la puerta del patio, pasando por el ascensor y el rellano. Así que no le hizo falta extender el bastón telescópico hasta que cerró el portal del patio.
Giró a la derecha, le gustaba pasar primero por el horno para comprar el pan. Cien metros después ya podía oler el aroma a pan recién horneado, giró otra vez a la derecha y a los cincuenta metros escucho una voz que le gritaba: "Hombre... Como usted por aquí?" se le dibujo una amplia sonrisa y le contesto "a ver que hay de nuevo por el barrio".ya había llegado al horno, se colocó delante de la puerta y la empujó con decisión. Le encantaba el sonido que producían varios tubos de bambú que colgaban del techo al chocar entre ellos. "Dos barras de medio como siempre, no?. " "hoy te veo más guapa que nonca"aunque el no lo pudiera ver, siempre conseguía sacarle los colores a la panadera. Extendío el brazo con tres monedas de un euro en la mano y las dejo en el mostrador, agarró la bolsa del pan por las asas y se marchó sin poder borrar la sonrisa de su cara. Viví solo desde siempre, pero compraba dos barras de medio kilo porque tiempo atrás, el horno, había pasado una mala temporada de faena y este era el único modo que había encontrado de ayudar a la familia. Justo después de salir del horno se dirigía a la parroquia para entregar todo el pan menos cuatro dedos que se quedaba para el.

Siguió su paseo, notó una brisa fresca y giró a la izquierda. Con tinuó su camino saludando a diestro y siniestro, dejandose guiar por el aroma de las flores y el olor a fruta fresca. Cruzó de acera al notar la rampa del paso de cebra que había justo antes de llegar a la pescadería. El olor a marisco se le antojaba nostálgico, decía que le recordaba sus días de asueto por las calles del Cabañal. Se detuvo delante del paso de cebra que enfrentaba a la estación de trenes, el que estaba entre dos grandes setos que desprendían un agradable aroma a azahar. Solía colocarse alejado de la carretera para evitar que los coches parasen al creer que tenía la intención de pasar. Se quedaba quieto justo ahí porque le gustaba que el aroma le golpeara las mejillas, le gustaba embriagarse de azahar hasta emborracharse, aunque esta vez no le fue posible porque una joven muy amable le cogió del brazo "No se preocupe que yo le ayudaré a cruzar" el sonrió le dio las gracias y no pudo evitar que se le escapara una pequeña carcajada.
Llego a la estación y busco su banco con la esperanza de encontrarlo desocupado. Tuvo suerte, estaba vacío, se sentó y empezaron a pasar los trenes por delante de el. Mientras, el se comía poco a poco, a pellizcos el pan. Se expolsó las miguas de la camisa y se dedicó a ver pasar los trenes.

 
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