LOVE IS IN THE AIR of Valencia City


Se quedó con el corazón en un puño y la mano apoyada en el semáforo en rojo. Parpadeó, y después la perdió de vista entre la multitud. Supo entonces, que no volvería a ver más esa melena rubia que le había arrebatado el corazón. El semáforo cambió a verde, agacho la cabeza y se dirigió hacia la plaza de España.

Me cuenta que fue bajo otro semáforo en rojo donde la conoció. Ella se le acerco con una carpeta en la mano, su pelo moreno le tapaba las orejas y le caía dulcemente por los hombros, llevaba una camiseta verde con el logotipo de Greenpeace y unos pantalones de lino claros que intentaban tapar unas sandalias de cuero. La chica le preguntó: “Tienes un segundo?” y el pensó, “tengo toda una vida”. Y fue justo en ese instante en el que se dio cuenta que ella era la mujer con la que iba a pasar el resto de sus días. La chica sonrió y comenzó a explicarle algo a lo que el no prestaba atención porque estaba concentrado en las suaves olas que dibujaba su pelo, en la forma de mover los labios y las sonrisas que le dedicaba cada cierto tiempo, en el curioso juego del que eran partícipes sus dedos su pelo y sus orejas, en la forma tan elegante que tenía de parpadear y en la clase que demostraba cuando se tocaba la nariz. El despertó de su ensoñación cuando ella, por segunda vez, le pregunto si estaba de acuerdo. La respuesta fue una amplia sonrisa y un “Si, quiero”. Ella empezó a pedirle datos que le parecían demasiado personales para una primera cita pero, como le iba a negar nada al amor de su vida. En se momento hubiera sido capaz de separar las aguas del mar rojo si ella se lo hubiese pedido. En cambio lo que le pidió fue una firma, y firmó. Le entregó una copia del documento y, eso sí, con una sonrisa que quería decir algo más, le dio las gracias y se fue al encuentro de otra chica que pasaba por su lado para contarle la misma historia.

El semáforo se puso en verde, otra vez, agachó la cabeza y cruzó el paso de cebra en dirección al centro. Valencia, ciudad llena de mujeres de las que uno se puede enamorar con facilidad.

Soledad I

La soledad del corredor de fondo.

Sólo escuchas tu respiración y el golpe de la suela de tus zapatillas contra el terreno. El ritmo te recuerda una canción y crees escucharla en tu cabeza. Piensas en los quilómetros que has dejado atrás y nunca en los que te quedan. Miras al sol aún sabiendo que te va a deslumbrar, entonces te acuerdas de la postura y de la técnica de carrera y haces repaso mental de cada parte de tu cuerpo para que todos los movimientos sean eficientes y estéticos y en tu cabeza una canción que se repite hasta la saciedad.

Sonríe.

Después de tanto tiempo creo que no me queda nada por decir, a mis setenta y dos años y con miles de artículos y un puñado de libros a mis espaldas me siento vacío de frases, como si hubiera exprimido hasta la última letra. Y ahora me encuentro frente a mi futuro totalmente hueco, como un cascabel al que le falta la bolita. Ahora mi pluma se secará, y con ella la felicidad.
Abatido, me he bajado a la calle en busca de algo, no se muy bien el qué. Paseando, cerca de las obras del nuevo tren orbital he encontrado a tres hombres de edad avanzada apoyados en una de esas vallas que separar a los que buscan tesoros de los que esperan encontrarlos. Dos de ellos no apartaban la vista de los operarios que descargaba sacos de un camión, en cambio el otro observaba curioso el movimiento de una grúa torre. Este último sacó un papel del bolsillo, lo desdobló y sonrió, después de unos segundos lo volvió a doblar y se lo guardó. Advertí que repetía este gesto demasiado a menudo. Ávido de encontrar la respuesta a esa sonrisa he dado un paso atrás y tal ha sido la sorpresa que no he podido evitar copiar su sonrisa. La hoja de papel estaba repleta de pequeñísimos círculos dibujados a mano llenando más de la mitad del folio. Demasiado intrigado como para irme a casa le he preguntado: “Perdone por la indiscreción, pero que es lo que lleva en ese papel?” y con tono de confidencialidad me dice: “es el secreto de la felicidad” y me extiende el brazo para que lo vea de cerca.
La chica de la papelería me pregunta “ de verdad quiere cien fotocopias de esto?” “Si, por favor”. Le pago , le sonrío y antes de salir a la calle le dejo una copia encima del mostrador.

 
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