Si, era azul.

En realidad lo que era azul era su pelo. Mil veces hablé con ella y nunca me detuve a mirarle los tobillos. Con ese hablar tan suyo y su peculiar manera de rascarse la nariz, siempre se me escapaba una sonrisa y ella fruncía el ceño por unos instantes para después seguir con su interminable monólogo. Yo la dejaba hablar, aunque no me interesara lo más mínimo su explicación, la mayoría de las veces me limitaba a asentir con la cabeza mientras me recreaba en los reflejos azules que su pelo proyectaba en el metal de su silla de ruedas.

 
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