Cortos que abren puertas.

Abrí la puerta con exquisita delicadeza. Un leve escalofrío se apoderó de mi espalda, la sensación de encontrarme solo en la clase era fascinante. Di dos pasos y subí el escalón que separaba los pupitres de la pizarra, la vista era inigualable, por primera vez disfrutaba de ella sin la presión de una pregunta. Me giré y vi la pizarra verde inmaculada, seguro que era este el verde al que quería el poeta. Acerqué mi nariz a la pizarra y me dejé embriagar por el perfume del verde recién limpio y ese olor se me subió a la cabeza. Flotaba por la clase como un sommelier que ha caído en la tentación, tuve que apoyarme en un pupitre para no caerme al suelo. Entonces recordé a lo que había ido, otro escalofrío, me dirigí a la mesa de la profesora y con sumo cuidado lo cogí entre mis manos. Dejé que el placer de poseerlo invadiera todo mi cuerpo. Tenía sobre la palma de mi mano la llave del bien y del mal, del sobresaliente y el suspenso. Lo volví a dejar donde estaba, quieto, esperando que aquella tarde su dueña hiciera de él música entre los exámenes.

Hay cosas que es mejor no saber.

Sólo el sabía lo que le dolía la cabeza. La noche anterior había salido de caza con unos amigos y habían bebido como si lo fueran a prohibir. El resultado, el de siempre, vuelta a casa solo, borracho y preguntándose por qué no resultaría atractivo para las mujeres. Un telefonazo le sobresaltó, maldijo a su interlocutor antes de cogerlo. “Quién?” “Buenos días, tengo el descubrimiento del siglo!” La voz al otro lado del teléfono parecía eufórica pero Jean Paúl no tenía el cuerpo para bromas así que prefirió asegurarse ante que tener que salir de su despacho. “De qué estas hablando?” “Tengo el descubrimiento que revolucionará las relaciones humanas!” Colgó el teléfono y volvió a maldecir a su interlocutor, ahora sí, con muchas razones.

Jean Paúl era el jefe de investigaciones sociológicas del gobierno francés, era un área que pocos conocían, encargada de buscar soluciones al desorden social que se vivía en el país. Pertenecía al área de inteligencia y estaba en gran parte militarizado.

Bajó los tres pisos que separaban su despacho del laboratorio. En la puerta del ascensor lo esperaba Marc, un joven al que habían reclutado directamente de la mejor universidad de ciencias del país. Marc saludó a su jefe con un gran entusiasmo a lo que Jean Paúl respondió simplemente con un gruñido. De camino al laboratorio el joven explicaba a su jefe el inicio de la investigación. “Como ya sabe, el ministro del interior nos pidió que investigáramos si existía alguna relación física entre las personas y su comportamiento, una evidencia que diera algo de luz a los conflictos interpersonales.” Llegaron al laboratorio y a Jean Paúl le sorprendió ver la pared repleta de mapas-mundi y fotos del meteosat llenas de garabatos hechos con rotulador, diagramas de flujos y fórmulas matemáticas. Marc se colocó en mitad de la sala con los brazos extendidos y una gran sonrisa. “He aquí el descubrimiento” Jean Paúl se paseó por las paredes intentando descifrar mapas y garabatos, pero lo único que conseguía era aumentar su dolor de cabeza. “Explícamelo.“

“Te has preguntado alguna vez si existen los amores a primera vista? – no le dejó contestar- No, existen los lugares donde te enamoras a primera vista, lo mismo ocurre con esa pareja de novios que tienen una relación de novios muy intensa y deciden casarse, y cuando se van a vivir juntos se separan, el problema es que el lugar donde se enamoran no es el mismo en el que deciden pasar el resto de sus vidas”
“Quieres decir que te has pasado dos años para analizar algo tan absurdo? Si quisiera estadísticas habría contratado a una empresa de teleoperadoras.” Este comentario no hizo que Marc dejara de sonreír, el joven seguía paseándose por todo el laboratorio señalando los mapas. “No es estadística, el amor es la base de todas las relaciones interpersonales y de todos los comportamientos humanos ya sea de matrimonios, familiares, compañeros de trabajo o enemigos. El estudio concluye que hay vectores, ya sean negativos o positivos, que recorren todo el planeta. Estos vectores fluyen por unos caminos fijos por todo el planeta y en todas direcciones, los recorridos sólo varían con altas presiones atmosféricas y vuelven a su cauce habitual una vez pasada esta. Es tal la influencia que si dos personas totalmente opuestas se encuentran bajo la influencia de uno de estos vectores pueden llegar a enamorarse. Igual que una pareja perfecta que lleva toda la vida juntos, si pasa el tiempo suficiente bajo la influencia de un vector negativo pueden separarse. Esto también ocurre en los lugares de trabajo, está demostrado que las oficinas que están colocadas bajo uno de los vectores positivos rinden al cien por cien ya que el ambiente de trabajo es excepcional. Ahora sólo tenemos que colocar a la gente debajo de los vectores según nos convenga, revolucionaremos las relaciones, demostraremos que el amor no tiene nada que ver con los sentimientos, es sólo una cuestión de situación, todas las demás tonterías estéticas quedarán en un segundo plano pudiendo dedicarse el ser humano apara lo que fue creado, a la reproducción” Jean Paúl empezaba a comprenderlo todo y empezaba a evaluar el hallazgo mientras Marc se expresaba cada vez con más entusiasmo, iba de un lado a otro como una exhalación. “Manejaremos el amor y el odio a nuestro antojo, tendremos en nuestra mano el inicio y el fin de las guerras, todo…”

En un segundo Jean Paúl sacó su arma y le disparó entre los ojos. El mundo no estaba preparado para tal descubrimiento.

Cuanto mal han hecho los libros de autoayuda.

Llegué del trabajo y cerré la persiana, prometiéndome no volver a ver la luz hasta no encontrar las certezas que había perdido. Me senté en la cama y crucé las piernas como lo había visto hacer en la tele y pensé en un punto blanco en el infinito. Me concentré en mi respiración pero al tiempo me di cuenta que no podía hacer dos cosas a la vez, cambié de estrategia. Decidí psicoanalizarme pero no sabía como hacerlo así que me tumbé en la cama y comencé a pensar en lo que había hecho con mi vida, donde me encontraba, hacia donde me encaminaba, cómo había llegado hasta esta situación…

Al tiempo de estar encerrado empecé a perder la noción del tiempo. Los minutos se hacían horas y las horas días, las paredes comenzaban a estrecharse, empezaba a faltarme el oxígeno y seguía sin encontrar las certezas. Es más, notaba que estaba perdiendo los instintos más primarios. Mi garganta era incapaz de emitir sonido alguno.
A lo lejos escuché un portazo, el ruido de unas llaves contra el cristal y la puerta del cuarto se abrió dejando ver a mi mujer que volvía del trabajo. Corrí a abrazarla, creo que no perdí mis certezas, lo que pasa es que no sabía dónde las había puesto.

 
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