Quieta ahí!! Tus labios o la vida.

Yo… me enamoré. Quién no se ha enamorado al pie de una barra? Había quedado para ir al cine y como siempre, los demás llegaban tarde, así que entré en el bar que enfrentaba para esperarlos. Busqué un taburete solitario en la barra, en el que pudiera sentarme sin tener que escuchar una conversación ajena. Normalmente me divertía hacerlo, pero hoy no quería saber nada de nadie. Y allí estaba ella, menuda y radiante, se encontraba sola bebiendo una Coca-cola, mientras jugaba con la botella de cristal. El camarero se acercó y con una sonrisa de esas que tienen que enseñar en la escuela de hostelería, pero que este chico nunca llegó a aprender, me preguntó: “qué le pongo?” Y en un gran momento de lucidez le dije “una cola”. Así ella pensaría que teníamos algo en común, pero ella no apartaba la vista de las piruetas que hacía la botella, giros sobre si misma, giros sobre un lateral de la base. A mí me parecía mágico, como si formara parte del Circo del Sol. Llevaba un vestido largo negro con unas sandalias con tacón con las que no llegaba a posar los pies en la barra del taburete y se quedaban colgando como trapecistas sin red.
El camarero me sobresaltó al traerme el refresco. Con pocos modales pero con la misma sonrisa de idiota me dijo: “tres cincuenta”. Me pareció un poco exagerado pagar casi seiscientas pesetas de las antiguas por una cola pero bien las merecía la compañía, aunque fuera a cinco metros de distancia.
Le di el dinero justo y desapareció con la misma diligencia que había venido. Miré el reloj: todavía faltaba un cuarto de hora para que mis amigos hicieran acto de presencia. Decidí que tenía que hablar con ella así que me levanté del taburete y… me volví a sentar. No sabía que decirle, me acordé que coincidíamos en gustos, quizás pudiera hablarle de la fórmula secreta de la Coca-Cola, o de mi primo que tenía una máquina que fabricaba Coca-Cola, o quizás no. Del tiempo? Dentro de un bar con el aire acondicionado a tope? Ya lo tengo: del cambio climático. Entonces entró un chico por la puerta y se dirigió a ella. La chica levantó la cabeza y lo miró. En ese momento el corazón se me puso del revés pero el chico pasó por detrás de ella y fue a sentarse en una mesa llena de chicas, que suerte! Ella lo había mirado al entrar, también se habría fijado en mí cuando entré? El tiempo se agotaba y tenía que decirle algo, sin pretensiones, me levantaría, me presentaría y sería totalmente sincero: “te he visto desde la otra parte de la barra y me he enamorado”. Respiré profundamente, me levanté decidido y fui cara a ella, cuanto más me acercaba más guapa me parecía. Ella levantó la cara y me miró y con todo el coraje que pude reunir le dije: “perdona, tienes fuego?”. Noté una mueca extraña en su rostro. “Lo siento, no fumo”. “Da igual, yo tampoco”. Los dos metros que me separaban de la puerta se convirtieron en el corredor de la muerte más largo que había visto jamás en ninguna película y en mi cabeza sólo se oía una voz que repetía “imbécil”. Salí a la calle y a lo lejos vi a mis amigos que venían hablando tranquilamente y me sentí como mi guitarra española, esperando en una esquina, sin nadie que la toque.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No he leido nada tuyo de lo anterior, pero te veo muy influenciado por Ismael Serrano, jeje, eso es bueno!!


Un saludo, seguire pasando anonimamente por aqui...

Ignacio findela1aparte dijo...

Tanto se nota...? Espero que no sea malo del todo.
Será un placer seguir recibiendo tus comentarios.

 
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