La mala educación.


Le llamaban el hombre estatua del centro comercial. Lo llamaban así porque se pasaba los días enteros apoyado en la barandilla de la escalera del piso superior. El hombre llegaba al centro comercial andando, nunca después de un cuarto de ora desde que el vigilante de seguridad accionara el motor que subía las persianas de las puertas de entrada, y lo abandonaba cinco minutos antes que el mismo guardia. Se pasaba todo el día apoyado en la misma barandilla de la misma escalera del mismo centro comercial. Sólo dejaba su lugar para comer medio sandwich vegetal y una botella de agua con gas, como siempre y vuelta al trabajo.
Los dependientes de las tiendas de moda que se encontraban alrededor de la escalera le habían cogido cariño. No sabían su nombre, pero se acercaban y le hablaban con el mismo respeto con el que él se dirigía a ellos. De él decían que era un hombre amable, simpático y bueno y con la cabeza bien amueblada, pero había una duda que les comía a todos por dentro: dónde iba los domingos cuando cerraba el centro comercial?

Cierto día rondaba por el centro comercial una familia encantadora. Padre, madre y dos encantadores niños de pelo rubio, con su ropa de ir a misa. Los progenitores decidieron sentarse a tomar café en el mismo bar donde el hombre se compraba la comida. Ellos pidieron dos capuchinos y mandaron a sus hijos a jugar, pero "no muy lejos y sin hacerse daño" los niños empezaron a jugar a pillarse, primero corriendo entre las mesas y después de una reprimenda por parte del camarero fueron a correr al rededor de la escalera. A las carreras le sucederían los gritos de los niños y más tarde las quejas de los clientes pero los padres parecían absortos del resto del mundo. La extensión de una pierna, un desgraciado tropiezo bastó para que todo cesase, las carreras, los gritos...

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