En fase de enamoramiento.


Mi hermana me presentó ayer a su novio.Comimos en un centro comercial, después jugamos una partida de bolos y acompañamos a mi hermana a que se comprara un vestido. Se le ve un chico majo, simpático. Estuvimos hablando de muchas cosas y aunque al principio parecía un poco cohibido después se lanzó.
Ahora, ya en mi cama, mientras hacía censo de gotelé empecé a pensar en la pareja, se les notaba enamorados. Ahora estaban en esa fase en la se llaman por diminutivos y se comparan con cosas absurdas que en su sano juicio harían avergonzarse a cualquiera. Se prometerán amor eterno cada diez minutos y se escribirán cartas de amor. Tiempo después empezarán a echar en falta las salidas con sus amigos y también las cartas de amor, será entonces cuando comiencen los reproches, las distancias y la necesidad de su espacio vital, necesitarán tiempo para saber que hacer con sus vidas, y se lo darán, se mentirán y dirán que es mejor así, que no quieren hacerse daño. En este momento puede que ocurran dos cosas: que vuelvan alargando así la agonía del dragón que enfurece porque tiene una espada clavada en el pecho, o puede que definitivamente se separen sus caminos sumergiendo sus vidas en frascos llenos de tristeza sin tiempo definido, sobretodo ella. Ya se sabe que las mujeres son las que más sufren en estos casos, además, esta vez él sería el culpable de que mi hermana se pasara largas tardes de domingo en su cuarto sin consuelo ninguno hasta que, pasados unos meses, sus amigas le convencieran que ese chico "no le convenía" y que "hay más peces en el mar". Así que he decidido odiar a mi cuñado desde hoy mismo, nunca le perdonaré lo que le ha hecho sufrir a mi hermana.

La mala educación.


Le llamaban el hombre estatua del centro comercial. Lo llamaban así porque se pasaba los días enteros apoyado en la barandilla de la escalera del piso superior. El hombre llegaba al centro comercial andando, nunca después de un cuarto de ora desde que el vigilante de seguridad accionara el motor que subía las persianas de las puertas de entrada, y lo abandonaba cinco minutos antes que el mismo guardia. Se pasaba todo el día apoyado en la misma barandilla de la misma escalera del mismo centro comercial. Sólo dejaba su lugar para comer medio sandwich vegetal y una botella de agua con gas, como siempre y vuelta al trabajo.
Los dependientes de las tiendas de moda que se encontraban alrededor de la escalera le habían cogido cariño. No sabían su nombre, pero se acercaban y le hablaban con el mismo respeto con el que él se dirigía a ellos. De él decían que era un hombre amable, simpático y bueno y con la cabeza bien amueblada, pero había una duda que les comía a todos por dentro: dónde iba los domingos cuando cerraba el centro comercial?

Cierto día rondaba por el centro comercial una familia encantadora. Padre, madre y dos encantadores niños de pelo rubio, con su ropa de ir a misa. Los progenitores decidieron sentarse a tomar café en el mismo bar donde el hombre se compraba la comida. Ellos pidieron dos capuchinos y mandaron a sus hijos a jugar, pero "no muy lejos y sin hacerse daño" los niños empezaron a jugar a pillarse, primero corriendo entre las mesas y después de una reprimenda por parte del camarero fueron a correr al rededor de la escalera. A las carreras le sucederían los gritos de los niños y más tarde las quejas de los clientes pero los padres parecían absortos del resto del mundo. La extensión de una pierna, un desgraciado tropiezo bastó para que todo cesase, las carreras, los gritos...

No todo está perdido.

Después de escuchar la noticia cerré los ojos y creí hallarme en otro tiempo. En ese tiempo donde los caballeros portaban sombreros de ala ancha y las personas defendían su honor con duelos al amanecer, porque lo más importante para una persona era su honor. Ese tiempo en el que existían códigos de honor no escritos que eran respetados por todo el mundo. Pero al abrirlos, me di cuenta que eso del honor era una cosa en desuso, algo que se presuponía y se colocaba con letras plateadas en las puertas de los despachos y que cada día, las noticias, se encargaban de confirmarlo.
Por suerte, al igual que perduran las viejas leyendas de marineros, también perduran algunos de esos antiguos códigos de honor en los que prevalece la humanidad y que hacen que unos pescadores antepongan la condición humana a estúpidas normas de países con dirigentes que tienen su nombres pateados pegados en las puertas de sus despachos.

Lectura para vuelos Valencia-Mallorca.

Cerré el libro y lo dejé en la mesita. Tumbado boca arriba y con los brazos cruzados detrás de la cabeza comencé a meditar, mas pronto decidí a quien se lo regalaría. Apagué la luz y dormí feliz.

Al día siguiente me desperté con la idea de visitar a una amiga en su trabajo para regalarle el libro que había terminado de leer la noche anterior: “Cortos cortos melancólicos”. Autor anónimo, impreso en Rumanía en 1813. Mi amiga trabajaba en una antigua librería en el centro de la ciudad, un lugar encantado. Los ocho escalones que descendían desde el portón de madera con tallados barrocos hasta el suelo de la librería parecían la entrada a otro mundo. Estanterías de madera con pies y capitoles barrocos, llenas de libros repletos de historia y polvo. Cinco jóvenes uniformadas con un peto negro se movían con soltura entre las estanterías y los montones de libros apilados en el suelo atendiendo a ávidos lectores en busca de historias épicas. Desde la altura parecía el taller de unos duendes el día antes de navidad. Desde el último escalón divisé a mi amiga, morena y bajita, algunos decían que lo que le faltaba de altura lo tenía de mala leche pero yo sabía con certeza que le sobraba corazón.
-Buenos días muchachita, mira lo que te he traído.- no pudo articular palabra, dirigió la mirada hacia la encuadernación y quedo fascinada.
-De nada.- Me sentí alagado porque con la expresión ya lo había dicho todo, salió disparada en dirección al almacén y me trajo un libro que le había encargado hace tiempo.
Me despedí de ella a los pies de la escalera, a ella aún le duraba la cara de felicidad. Me abroché la mochila y subí para volver a la realidad.

A partir de aquí me despido como personaje de esta historia, todo el protagonismo se lo cedo a ella. Yo me quedaré a tu lado como narrador de las aventuras que después acontecieron.

La joven en cuestión terminó de trabajar pero antes de salir envolvió el libro en papel de estraza y lo ató con un cordel de esparto. Cogió el metro y se dirigió a casa impaciente por empezar a leerlo, cuando llegase a casa tendría cuarenta minutos antes de empezar ha hacer la cena. Subió andando los cuatro pisos de su finca y abrió la puerta. Derrapando por el pasillo apareció su perro, un animal que no levantaba más de diez centímetros del suelo y que tenía debilidad por los zapatos nuevos. Descargo los trastos en el cuarto y dejó el libro encima de la mesa del comedor. Como si de un ritual se tratase, desató muy despacio los nudos del cordel, después desenvolvió el libro y dobló el papel de estraza para poder utilizarlo en otra ocasión. Se tumbó en el sofá y llamó al perro para que leyera con ella, le encantaba observar al perro como miraba con detenimiento las hojas y luego movía la cabeza cuando pasaba página, a veces se preguntaba si estaría leyendo de verdad.

Cuando no llevaba más de dos páginas leídas sonó un trueno y empezó a llover a mares dentro de la casa, no sabía de donde venía pero sólo podía escuchar el sonido de las gotas golpeando el suelo, la tele, la mesa de cristal… Cogió a su perro en brazos y corrió hacia la puerta de la calle, la abrió y salió al rellano, la puerta se cerró tras ella. Pero donde ella se encontraba ahora en nada se parecía a su rellano. Un infinito campo de trigo, un olivo, y el horizonte. Se dio la vuelta asustada y abrió la puerta, pero al otro lado del marco sólo había más trigo. Desconcertada miró a su perro que parecía divertido con la situación, de un salto se escapó de los brazos de su dueña y echó a correr. Y ella detrás pero se detuvo en seco, notaba algo extraño. Miro al suelo y vio que lo que antes eran unas zapatilla se deporte se habían convertido en unas babuchas grises y lo que antes era un peto negro ahora era una reluciente cota de malla, lo más raro era que del cinto le colgaba una espada de madera. No acertaba a entender lo que estaba pasando. Ya no veía a su perro, lo llamó y siguió corriendo en todas direcciones. Lo encontró delante del olivo, lo acariciaba un hombre grande, alto, con sombrero de ala ancha y abrigo hasta los pies. El hombre se levantó y dijo:
-es de vuestra merced este valiente can?- Ella se quedó callada sin saber que contestar -Noble dama, que buscáis por estos parajes?
-Estaba en mi sofá y de repente hemos aparecido aquí.
-Sofá? Que es un sofá?
-Estoy buscando mi casa.
-A mi no me puede engañar, no ha venido hasta aquí para encontrar un hogar, puede que no sepas qué estas buscando, pero no es un hogar. – y con estas palabras desapareció detrás del olivo. La noble dama fue corriendo a la otra parte del árbol pero aquel hombre ya no estaba, allí comenzaba un camino de tierra. Sintió una pequeña punzada en el pecho, cogió a su perro y empezó a caminar.

Al final del camino sólo se veía más camino, al principio caminaba deprisa y nerviosa, no entendía nada de lo que le estaba sucediendo y al ver a su perro dando vueltas entre sus piernas todavía le ponía más nerviosa. Pensó que nunca volvería a ver a su novio, a su familia, a sus amigos, pero en vez de entristecerla estos pensamientos le daban más ánimos y le hacían andar más rápido con la esperanza de encontrar algo o alguien que le enseñara como volver a casa.

La noche caía y sólo había camino y algún que otro árbol. Como estaba exhausta decidió andar hasta el siguiente árbol y parar a descansar resguardada por el ramaje. A los cinco minutos divisó un árbol gigante, era un sauce llorón, se metió entre las ramas y allí, casi de forma mágica, encontró un hilo de agua que nacía entre dos rocas. Se arrodilló a beber y aquella agua le pareció el agua más fresca que había bebido nunca. Encontró un lugar al pie del árbol desde el que se podía ver el cielo a través de las ramas. Se tumbó boca arriba y se durmió contando estrellas.

Los rayos de sol que se colaban entre las ramas y el bullicio de la gente la despertó. Se desperezó y colocó su espada al cinto, pero no encontró a su perro, removió todas las ramas para buscarlo, cada vez las movía con más fuerza. Puede ser que esto le hiciera cosquillas, el caso es que el árbol la estornudó lanzándola al medio del camino. Se levantó de inmediato y con un tono de recriminación dijo: - Salud- pero nadie contestó. El perro estaba con un grupo de niños que jugaban al balón. Fue entonces cuando dejó de de intentar entender nada. Hombres y mujeres recorrían el camino en ambos sentidos, la mayoría andando pero muchos otros en carro o en bicicleta, y ayer estaba totalmente desierto. Se acercó al grupo de niños que jugaban con su perro y le preguntó a uno: -Perdona, a donde va hoy tanta gente? El niño no sabía que responder, sólo ponía caras, a ver cual más rara.
-Este camino ayer estaba desierto.- Al niño le cambió la expresión y se hecho a reír.
-Esto es el otro lado del árbol, ayer estarías en el camino del todo, ese camino es para las personas que no buscan nada o no saben que buscar. Mira, esa mujer va a por pan, y aquel anciano va a recoger su bicicleta al taller.-
-Y tu que estás buscando?-
-Yo buscaba a mis amigos ahora que los he encontrado jugaremos un rato.-
-Y tu sabes cómo puedo volver a mi casa?-
El niño puso una expresión de estupefacción. –De verdad estás buscando cómo ir a casa? Si de verdad estás buscando eso sólo con pensarlo lo encontrarás. Si sigues el camino recto llegarás a la oficina de información, allí habrá quien pueda ayudarte.- Agradeció la conversación y llamó a su perro. Pensó que lo mejor sería buscar ayuda, así que se dirigió hacia donde el chico le había señalado.

Por el camino se entretenía observando a la gente, pero no tenían nada de extraño y tampoco la miraban a ella como si fuese un bicho raro. Aunque nadie se conocía, todo el mundo se saludaba “Buenos días” decía un hombre, “mejores tenga usted” le contestaba otro que venía de frente. Algo empezó a destacar en el horizonte, al principio no se lo podía creer pero cuando estuvo más cerca, el cartel luminoso que indicaba con enormes letras: “CIRCO” no dejaba lugar a dudas. Una carpa inmensa roja y blanca se levantaba ante ella. Le encantaba el circo, sobre todo los payasos, desde niña era la primera en comprar las entradas cuando el circo llegaba a su ciudad, y el día que el circo sacaba su espectáculo a la calle… ese día no había escuela para ella. Por un momento estuvo tentada de entrar, pero más que ver el circo, lo que de verdad quería era volver a su casa así que siguió su camino. Bueno, lo intentó, porque una vez pasado el arco que indicaba la entrada al circo una punzada en el pecho le hizo pararse y retorcerse de dolor. Cuando el dolor cesó pensó que por cinco minutos que se detuviera no iba a pasar nada.

Era un circo con un suave aroma a lavada, no tenía el aroma característico que dejaban los animales, quizá porque carecía de ellos. Siguió la alfombra roja que empezaba justo debajo del arco hasta el borde de la pista. En el interior de la carpa parecía que el mundo se hubiese detenido. Los trapecistas estaban congelados justo en el momento en el que pasaban de un trapecio a otro. El funambulista parecía una estatua en medio del cielo, el forzudo mantenía sobre su cabeza un coche con una familia al completo en su interior, pero lo que más le llamó la atención fue que todo el público fuera maquillado de payaso. En ese momento, un hombre bajito, no debía de medir más de un metro treinta, con un frac sombrero de copa y un finísimo pero largo bigote apareció en escena. Buscaba algo en el suelo, y a final lo encontró. Era una cruz pequeña pintada en el suelo, parecía una señal como la que utilizan los actores de teatro para saber cual es su posición en el escenario. Se colocó encima y… y en ese momento nuestra protagonista estornudó.
-Quien anda ahí? El hombre se había asustado y miraba por todos lados.
-La pobre chica se había escondido instintivamente. Soy yo…- Dijo tímidamente a la vez que salía de su escondite
-Nunca te han enseñado que no se puede pasar una vez ha empezado la función? El hombre bajito parecía muy enfadado. Se dirigió a ella y cogiéndola fuertemente del brazo la llevó hacia la puerta opuesta por la que ella había entrado. Pero nuestra amiga se zafó y muy enfadada le reprocho que la tratara así de mal:
-Quien es usted? Porqué todos están inmóviles? Usted les ha hecho esto?- Pero el hombre no contestó.
-Por que les ha hecho esto?- y el extraño hombre le contestó con otra pregunta.
-Y por que no?- ella se quedó callada sin saber que responder. El enfado le subía por todo el cuerpo pero sólo porque no podía contestar a eso.- Además tú no deberías estar aquí?
Le quiso decir que ya lo sabía, que tenía razón, pero de todas formas no le iba a creer, así que le preguntó algo con la mayor sinceridad que pudo.
-Estoy buscando algo pero no se…- Le cortó de inmediato diciéndole:
- Ahora no puedo atenderte, la oficina de búsquedas perdidas está detrás de esa cortina, adiós.- Se volvió a colocar encima de la cruz y con un movimiento de muñecas todo el circo volvió a cobrar vida, la gente reía, el funambulista consiguió pasar al otro lado y los trapecistas realizaron un perfecto salto mortal. Decidió seguir su camino y abrió las cortinas de la puerta, al otro lado le esperaba su perro sentado y moviendo el rabo.

Una vez estuvo al otro lado, levantó la vista y vio una senda que se convertía en un angosto camino hasta llegar al la cima de una montaña oscura donde se encontraba un castillo medieval con su nube de relámpagos y su dragón. Se dijo que eso no era para ella, que buscaría otro sitio donde preguntar y se giró para pasar otra vez por el circo pero en ese momento le sobrevino un pinchazo en el pecho más fuerte que el anterior. Así que se armó de valor y echándose la mano al cinto para notar que aún llevaba la espada empezó a andar en dirección al castillo. Pasó entre árboles con formas que asustarían a cualquier caballero de brillante armadura. Sólo se oía el silbido del viento que pasaba entre las ramas haciéndolas crujir de vez en cuando. Y de vez en cuando un búho se dejaba ver mostrando una mueca que bien podría recordar una sonrisa, como la de los villanos de los cómics. Ella miraba al frente y sólo pensaba en su casa y en las ganas que tenía de tumbarse en el sofá de donde había salido.

A veces se quedaba observando a su perro que entraba y salía del bosque al camino, como si no temiese nada, como si toda esta aventura no fuese con él. El camino había llegado a su fin y se encontraba delante del foso que le separaba de la puerta del castillo. Primero buscó un timbre pero de inmediato se avergonzó –donde se ha visto un castillo con timbre- así que empezó a guitar:
-Hay alguien ahí? Me escucha alguien? Abran la puerta!!! - pero nadie le contestó y más por desesperación que por otra cosa comenzó a bromear: -Ábrete Sésamo!!! - Pero nada – A del castillo!!! De pronto se escuchó un ruido de engranajes y la puerta comenzó a bajar. Donde ella se encontraba parecía que el castillo estuviese vacío, pero al acercarse descubrió que no había nadie. Nadie humano, porque en lo alto de la torre del Homenaje había un enorme dragón, de esos verdes con alas y que tiran fuego por la boca. El dragón estaba vigilando el puente que daba acceso al último torreón. Todo parecía sacado de un cuento de hadas y pensó que en el interior del torreón se encontraría una princesa con un padre codicioso y malvado. Miró la puerta y se acordó de los pinchazos que le había dado anteriormente en el pecho, así que se rindió a su destino y subió las escaleras hasta el último piso de la torre. Sólo una puerta le separaba del dragón. Agarró el pomo con la mano y se quedó pensativa, dio un paso atrás. Todos los lugares que había visitado hasta ahora le habían resultado extraños por algún motivo, pero este le daba realmente miedo, ahora temía por su vida. El miedo le invadió como una nube gris, no pudo contener sus emociones y cayó al suelo y rompió a lloran con la cabeza entre sus piernas. Hacía tiempo que no se acordaba de sus seres queridos y entre sollozos empezó a llamar a su novio, necesitaba abrazarlo, sentir el calor de alguien y notar el latido de un corazón que latiera con más calma que el suyo. De pronto la habitación se iluminó, la luz le cegó pero de inmediato empezó a sentir ese calor que demandaba y de la misma nada que había aparecido la luz, se escuchó: - Por que vas a tener miedo alaba, si sabes que siempre estoy a tu lado.- Se levantó como un resorte y se dio cuanta que tenía el corazón cálido y sereno, las dudas que atormentaban su cabeza desaparecieron como la niebla con el sol del mediodía y decidida abrió la puerta. Delante de sí sólo tenía una arcada de piedra que daba a un estrecho corredor donde ya no había dragón. Andó hasta el medio de la pasarela y oteó el cielo buscando el enorme animal pero no encontró rastro alguno. Entonces se acordó de la pobre princesa encerrada y corrió a salvarla, pero no se sorprendió al abrir la puerta y no verla, era lógico, si no había dragón, que tampoco hubiese princesa. En su lugar se encontraba un espejo de extraordinaria belleza, se acercó como hipnotizada, el espejo estaba enmarcado en mármol tallado con unas formas de flores de loto. Entonces le vino a la memoria ese espejo, lo había visto en algún sitio. Puede que lo viera en la librería mientras ojeaba algún libro sobre budismo, si, eso era, se acordaba de haber visto el espejo en una fotografía de un templo budista, se acordaba incluso del pie de foto: “La flor de loto, en la cultura budista, representa la perfección de la mujer”. Se acercó al espejo con miedo, pero la curiosidad la llevó a colocarse delante. No pasó nada, sólo se veía su propio reflejo. La imagen le resultó graciosa, pues era la primera vez que se veía con la cota de malla y la espada de madera al cinto. La sucesión de actos le hizo seguir pensando en cuentos de hadas, así que dijo con voz potente: “Espejito espejito, quien es la más guapa del reino?” pero sólo el silencio le contestó. Repasó mentalmente todas la películas de princesas que había visto y todos los cuentos de hadas que había leído de pequeña o que habían pasado por sus manos en la librería. Cogió entonces la espada con la mano temblorosa y acercó la punta al espejo esperando entrar en una tercera dimensión, pero nada. Repaso toda la habitación de arriba abajo y le dio mil vueltas al espejo pero no conseguía entender nada. Cansada y con un fuerte dolor de cabeza se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la pared, recordó lo bien que le sentaba un café en estos casos y lo que daría por tomar uno tal y como se lo servían en la cafetería de al lado de su trabajo cuando salían a merendar. Recordó también a su compañera y la manía que tenía por coleccionarse los sobres de azúcar donde iban frases célebres en el dorso. A ella la que más le gustaba era: quien no entiende una mirada tampoco entiende una larga explicación” y la de su amiga que era: “una mesa no es más que una mesa, pero siempre puede ser lo que tu quieras”. Entonces, como iluminada por Buda se colocó de pie frente a su esperanza, cerró los ojos con fuerza y pensó en su casa, su novio su… su perro había aparecido en escena correteando entre sus piernas y moviendo el rabo. Apoyó con suma delicadeza su mano en el espejo y empujó. El espejo se abrió. Ella sonrió con la certeza de haber encontrado lo que buscaba. Quizá fuera su sofá, quizá su televisión, pero yo creo que no. Fuera lo que fuese no la hizo mejor persona, pero desde entonces, cada vez que nos vemos, puedo sentir retazos de la espada, del dragón y de esa extraña luz en su interior.

 
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