Reescribamos la historia.


Eran tiempos difíciles y sin embargo él caminaba por el mundo como lo había hecho desde el momento en que dejó su tierra natal. Corría la primera luna de Marzo de 1237, el viento era portador de un ligero aroma de tensión, pero él continuaba parando en cada aldea para hablar con los ancianos y contar hermosas historias inventadas a los niños. Agradecía la hospitalidad que le ofrecían las gentes con consejos sobre el campo, el ganado o la salud, y según contaban algunos, en ocasiones obraba milagros para casos extremos. Estas acciones le habían dado fama en toda la península. De él se decía de todo: que aparecía y desaparecía de repente que medía dos metros, o que incluso tenía el don de cambiar de aspecto a su antojo. Lo cierto es que era un hombre de unos treinta años, de origen árabe con una fuerte mirada oscura que ofrecía luz y color a todos los que se asomaban a ella. De complexión delgada, siempre vestía una chilaba marrón y unas sandalias del color del camino, y al cinto llevaba una pequeña daga que utilizaba para recoger plantas y hierbas.

En una playa de Levante, un joven Maestre de una orden militar descansaba la mirada en el horizonte, malvas y naranjas mecían su vista. Silencioso se le acercó un soldado. “Gran Maestre, el mago ha llegado a la ciudad.” “Traédmelo.” Esa misma tarde, el trotamundos con las sandalias llenas de polvo fue detenido a las puertas de Serranos y conducido en presencia del Gran Maestre. “Bien se que conoces nuestros planes. Dentro de poco entraremos en guerra con el pueblo mudéjar y me han dicho que tu conoces los secretos de la alquimia.” El trotamundos sabía que no se lo estaba pidiendo por favor así que se dedicó a escuchar. “Necesito una pócima que proporcione a mis hombres toda la valentía que sea posible.” El trotamundos meditó durante un minuto y contestó. “Es fácil lo que me estás pidiendo, pero puede que no quieras que tus hombres sean tan valientes.” El Gran Maestre y sus hombres se echaron a reír. “Puede pero asumiré el riesgo” y sin poder contener la risa le ordenó a dos de sus hombres que le ayudaran en todo lo que necesitaran y que lo dejaran libre una vez hubiera terminado la poción. Y así lo hicieron, le proporcionaron hierbas, recipientes y una cocina donde prepararlo todo, cuando la luna asomó por encima de la muralla todo estaba listo, así que los guardias dejaron al hombre en libertad.

A esas horas dormía al-Azraq, caudillo de las tropas mudéjar apostadas en el oeste del mediterráneo. Era demasiado joven para tener ese título, pero sus acciones le habían hecho ganarse el respeto de todo aquel que había desconfiado en un principio. Un soldado de su guardia personal entro como una exhalación en sus aposentos. “Lo han soltado, lo han soltado”. El caudillo se despertó desorientado. “Rápido, llevadme con el”. Encontraron al trotamundos admirando la ciudad como un niño que descubre la inmensidad del mar por primera vez. Lo invitaron a sus aposentos, le escucharon atentos mientras contaba historias de animales fantásticos que echaban fuego por la boca, y le ofrecieron comida bebida y un lugar donde dormir. A la mañana siguiente el Caudillo fue a ofrecerle el desayuno y el trotamundos notó un reflejo distinto en su mirada. El caudillo le dijo “Necesito…” E interrumpiéndole “Si, si, ya se lo que necesitas””Pero tengo que avisarte que puede que no te guste lo que les ocurra a tus hombres” “Yo también la tomaré, de ese modo todo lo que le pase a mis hombres también me pasará a mi.” El caudillo le proporcionó todo lo necesario y el trotamundos se fue después de terminar la poción.

Llegó el día. Los dos ejércitos se encontraban eufóricos, sabiéndose en poder de la pócima de la valentía. Una corneta dio la orden de atacar, un cuerno le contestó. Todos los soldados tomaron su parte de poción y desenvainando las espadas salieron a encontrarse en el llano. Todos notaban como la pócima les hacía efecto y cada vez corrían más rápido, pero cuando llegaron a encontrarse ocurrió algo totalmente inesperado.
Se sentían tan valientes, tan seguros de si mismos, que se atrevieron a olvidarse de todo lo establecido, se olvidaron de rencores, se atrevieron a perdonar, tuvieron valor de detener la barbarie que estaban a punto de cometer. Se atrevieron a ser valientes. Y ese valor les llevó a realizar un gesto lleno de sentimiento y significado. Hicieron una gran hoguera donde arrojaron todas las banderas, pendones y enseñas, y gastaron la pólvora al aire, sin munición, con júbilo.

Juntos crearon una nueva ciudad donde todos convivían, la llamaron Valentía y desde entonces, cada diecinueve de Marzo conmemoran aquel gran encuentro con fiesta fuego y pólvora.

3 comentarios:

Pau dijo...

de donde sacas estas historias?? :)

loren dijo...

Muy buena, si señor, pero anda que si estuvieran los romanos por ahí, les iban a dar para el pelo a esos mindundis, que seguro que iban fumaos, tanta euforia.... Mira que los puristas de la toponimia se te van a echar al cuello solo por lo del nombre de la ciudad, que los romanos llamaron Valentia, y los musulmanes Al-Balansiyya.
bueno, que se me va la pinza como de costumbre ¡¡Más sangre, copón!!

almu dijo...

Me gusta leer tus historias, cada una me sorprende un poquito mas, me parece conocerte un poco mejor.. saber que bulle en esa cabecita cuando esta en silencio, observando, escuchando... pillin

 
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