Al bando vencido, al bando olvidado

El abuelo estaba dejado caer en el sofá, solo en casa, la familia se había ido al centro comercial. Tenia los ojos cansados fijos en el televisor apagado. Se le humedeció la mirada y apretó fuerte lo poco que le quedaba de dentadura. Cuando una lágrima le resbalaba por la comisura de los labios murmuró: "No pasarán!", levantando el tono de voz: "No pasarán!!" y en su cabeza el sonido de una trompeta. Se derrumbó: "No.... no pasarán..."
Desde hace siete años vive con su hija y su familia; el marido y un hijo de veinte años. Antes se entendía muy bien con su nieto, todos los sábados pasaba pronto a recogerlo y se lo llevaba a conocer la ciudad. Le contaba historias de cuando era joven y luchaba por el, historias de camaradas y carreras delante de los grises, pero eso se pasó. A su hija no le sentó muy bien cuando le anunció que había vuelto a encontrar el amor. Ella era joven y con pocos recursos, además de cubana. Era esto último lo que a él más le gustaba de ella, le inspiraba aires de revolución, le hacía sentir el corazón alzado, duro como un puño. Vivieron largo tiempo juntos, ella le cocinaba ropa vieja y el le cuidaba el jardín del balcón. Las plantas y flores eran cada día más abundantes y estaban llenas de esplendor. Un día desapareció, el no volvió a probar la ropa vieja y poco a poco fue cayendo su salud.
Fue entonces cuando decidió a irse a vivir con su hija. El ambiente ya no era el de antaño, su nieto había crecido y no se acordaba de las largas mañanas de primavera. Al viejo sólo le quedaba el amor por las plantas. En la habitación donde le habían instalado tenía un pequeño balcón donde él tenía todo tipo de plantas. El marido de su hija era el peor, nunca le perdonó que se gastara todo el dinero en esa joven y que después fuera a el a pedirle asilo. Cuando el abuelo no se encontraba en casa era él quien regaba las plantas, las inundaba de bebidas alcohólicas y productos químicos. Disfrutaba separándole de lo poco que le quedaba; su hija, su nieto y sus plantas. Pero el abuelo, como si supiera de antemano lo que le iba ha hacer, llegaba a casa con nuevas plantas.
Un día en el que el marido llegó totalmente borracho a casa vio que su hijo charlaba animadamente con el abuelo. Lleno de ginebra y cólera arrojó todas las macetas a la calle, destrozando dos coches y cabreando a más de un vecino. Advirtió a su hijo que si volvía a verlo hablar con "ese hombre" haría lo mismo con todas sus pertenencias.
Con el tiempo el abuelo se fue pudriendo como lo harían días atrás sus plantas en la acera. Ya no hablaba con nadie. Su hija le tenía demasiado miedo al marido y su nieto le culpaba a él de la situación.
Por fin llegó el día. La familia vuelve a casa del entierro del abuelo. El padre de familia se ha quedado en el coche a leer el diario deportivo, pensaba que no pintaba nada. El nieto estaba indiferente, de todas formas no notaría su ausencia, las últimas semanas solo había sido una sombra en el sofá y un bulto en la mesa. La hija es la única que ha llorado, pero tampoco sabe por qué, quizás porque es lo que se hace en los entierros. De camino a casa han parado en la tienda de comidas preparadas, es Domingo, hoy toca pollo asado y Coca-cola. También han comprado pasteles, tenían la sensación de que hoy era un día especial. Al subir las escaleras hacia su piso se respiraba un aroma especial, fresco, como a jardín prohibido. El padre de familia metió la llave en la cerradura y la hizo girar tres veces, empujó. Se extraño al notar que la puerta ofrecía un poco de resistencia. La imagen era espectacular hasta donde les alcanzaba la mirada,. Habían crecido esplendidos claveles y maravillosas pasionarias formando una tupida alfombra a un metro del suelo.

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